Por Miguel Ángel Bernal Alonso, Profesor y Coordinador del Departamento de Investigación del IEB
Responda a la siguiente pregunta: ¿usted acabaría o limitaría un sector económico que es el 11% de la economía de un país, que da empleo al 13% de los trabajadores, además de ser el auténtico punto de resistencia y salida de una gravísima crisis del país? La respuesta es no. Como habrá adivinado estoy hablando, como ya sabe del turismo, un auténtico maná para España.
Aquí, como en otros países o lugares, parece que comienza a abrirse un intenso debate sobre la bondad o no de esta eclosión. Se pone de manifiesto por parte de residentes las consecuencias nocivas que esta auténtica eclosión ha traído. Ciudades que se han convertido en auténticos escenarios vacíos de vida. Decorados que se asemejan al cartón piedra de los parques de atracciones, más que a ciudades con vida propia. El ejemplo quizá más palpable es esa maravilla de Venecia, una ciudad desnaturalizada totalmente. Aquí en España, muy lejos de Venecia, podríamos hablar de Barcelona.
Pero no solo son problemas de ciudades y su desnaturalización. Hay también otros problemas, por ejemplo de convivencias y orden público. España es un buen ejemplo, esta vez no hace falta irse tan lejos. Tenemos buenos lugares como puede ser Magaluf, donde se dan prácticas como el balconing, supuestas intoxicaciones alimenticias de ingleses en hoteles, despedidas de soltería que no tienen nada que envidiar a ninguna de las películas realizadas sobre el tema. No hace falta seguir para darnos cuenta del problema social que la masificación trae consigo.
Desde hace tiempo los desplazamientos baratos, low-cost, unido a una muy mal llamada economía colaborativa ha sido el big bang de lo que en estos momentos está ocurriendo. Ahora bien, debemos tener en cuenta que antes se había sembrado para recoger esta tempestad que ahora estamos viviendo. Durante mucho tiempo, me atrevería a decir desde la época franquista, España ha adoptado por un modelo de playa y sol. Algo que queda plasmado y muy bien en las películas interpretadas por Alfredo Landa que todos podemos recordar. Aquellos años de marketing de España como un sitio barato están en el origen de lo que ahora mismo estamos viviendo. España apostó por un turismo actualmente denominado low-cost, pueda parecer exagerado pero no lo es.
El turismo, como muy bien es descrito, es nuestro particular petróleo. España ingresó en el año 2016 la friolera de 125.000 millones de euros. Comparemos esta cifra con lo que por ejemplo genera un país como Arabia Saudí. Una potencia petrolera del calibre de Arabia exportó barriles de petróleo por valor de 83.000 millones. Es decir, España factura al exterior un 50% más por los servicios y productos relacionados directamente con el turismo que Arabia por su petróleo. Comprenderemos ante esta cifra que España hoy por hoy no puede renunciar a su oro negro.
Hay que tener en cuenta que ese modelo de paella, siesta y playa, todavía muestra síntomas de plenitud y buena salud, lejos de desgarrarse las costuras el traje aún da. El número de turista crece y además a buen ritmo, a dos dígitos, aumenta además el dinero que se dejan, eso sí y lógicamente lo hace a un menor ritmo, concretamente a un solo dígito. Son números muy claros y de plena actualidad, este año las previsiones nos hablan de un incremento ligeramente inferior al 12% en el número de visitantes, el incremento del presupuesto medio de los mismos se queda en un 3%. Por tanto, el crecimiento marginal sigue siendo positivo, demostrando la vigencia del modelo anteriormente dicha.
Se está por tanto a tiempo, dado que todavía no tenemos la premura de ver como el motor comienza a perder fuerza o romperse de abrir un debate sobre el turismo, en la necesidad de mantenerlo y potenciarlo, pero abriendo nuevos esquemas, nuevos modelos. Como decía no podemos rechazar ese turismo low-cost, sin embargo la saturación del modelo es evidente. Esta misma semana el primer turoperador del mundo, TUI, alertaba de que España está muy llena y que además comienzan a surgir otros destinos más baratos.
Respecto a las posibilidades de un modelo de turismo más especializado, de mayor poder adquisitivo hay que ser optimista. El mejor ejemplo de lo que comento lo tenemos en lo que está ocurriendo en Madrid. España comienza a constituir un punto de interés para los ciudadanos chinos con datos a reseñar. Por ejemplo, por primera vez comienzan a llegar a Madrid, alentados por sus museos y las compras de artículos de lujo, más ciudadanos chinos en solitario que en programas de visitas. Buscan más la ciudad, los paisajes, los museos y como decía las compras de artículos de lujo. Los turistas chinos están aumentando en un 48%. Los ciudadanos chinos que se desplazan tienen un presupuesto medio de unos 2.800 millones, por encima de la media de otras nacionalidades, además permanecen más días.
La apuesta que en su momento se hizo sobre la llegada de turistas bajo un modelo de presupuesto barato, hoy puede ser aprovechada para atraer a otro tipo de turismo. La economía española puede seguir aprovechando ese buen tirón de nuestros servicios turísticos, eso sí, lo que no se puede permitir y hay que condenar son determinados actos de grupos marginales que quieren ver el turismo como una lacra cuando no lo es. Los actos, las pintadas, la turismofobia no pueden arruinar nuestro petróleo.
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