La auditoría presta un servicio de primer orden en el funcionamiento del mercado de capitales, garantizando la fiabilidad de la información financiera proporcionada por las empresas. Pero la preparación del auditor no solo es apropiada para ejercer con solvencia dicha profesión, sino que es una gran escuela de directivos. Antonio Brufau, Salvador Alemany o Pere Viñolas son algunos de los directivos que alcanzaron el éxito en diferentes campos después de iniciarse en este mundo.
En un informe con motivo de su 75 aniversario, el Instituto de Censores Jurados de Cuentas de España (ICJCE), recoge los testimonios de algunos de estos empresarios, que reivindican con orgullo sus orígenes. Este es un breve resumen de algunos de estos testimonios, que son un reflejo de cómo ha evolucionado la profesión en España.
Salvador Alemany, ex presidente de Abertis
En 1964, Hacienda tomó la decisión de hacer extensible la auditoría a las sociedades de inversión colectiva. Uno de los inconvenientes con el que tropezaba la bolsa para atraer ahorro era la falta de información de calidad y, para evitarlo, se estableció con caracter obligatorio la intervención del censor jurado de cuentas. La auditoría ganaba relevancia en el sector financiero, aunque aún era una profesión casi desconocida. Un sector en el que Salvador Alemany aterrizaría aquel mismo año, por un giro del azar.
En aquella época, Alemany compaginaba sus estudios con su turno en el garaje de su padre. Por las noches, mientras vigilaba los coches, cobraba los recibos y echaba una mano en la contabilidad, tenía delante los libros de economía. “Acababa de terminar profesorado mercantil, había hecho la oposición a censor jurado, y estaba haciendo las asignaturas complementarias de economía para terminar la licenciatura en económicas”.
Una tarde de verano, antes del turno de noche, surgió la oportunidad. “Un cliente de mi padre que me veía siempre estudiando me dijo que la compañía de auditoría con la que trabajamos nosotros [Turquand Young & Co] está buscando juniors”. Al joven Salvador le entraron dudas por la responsabilidad de dejar a su padre solo. “Le consulté y me dijo, vete. Vete que ya nos las arreglaremos”.
Meses más tarde, el cliente del garaje le habló de la oportunidad laboral en la firma de auditoría. Le aconsejó que sería un buen inicio para su carrera profesional. Y así fue. Tenía poco más de 20 años cuando se estrenó en el mundo de la auditoría. “Empecé de junior, haciendo lo que llamábamos entonces matching, puntear papeles y asientos con una relación. Esa labor me permitía conocer el mundo de la empresa. De hecho, fue mi primer contacto con este mundo”.
“El auditor junior cuando se inicia sabe poco más que un auxiliar administrativo de la empresa que va a auditoar. Pero lleva coom una toga, una dignidad del individuo que va a auditar. Esa dignidad te concede muchas ventajas de conocimiento. El director financiero de una empresa, o el consejero delegado de las compañías te recibían con mucho respeto, algo que probablemente no hacían con el auxiliar administrativo”.
“Fue una universidad, el empezar a trabajar en algo en lo que de golpe ibas a ganar muchísimos conocimientos en poco tiempo”.
Antonio Brufau, presidente de Repsol
Antonio Brufau inició su carrera en el mundo de la auditoría en 1970, tras estudiar Económicas en la Universidad de Barcelona, en un momento en el que casi nadie en España había oído hablar de esta actividad profesional.
Brufau fue casi un pionero. Empezó en Arthur Andersen, cuando la firma acababa de aterrizar en España. “Éramos cinco personas en el despacho de Barcelona […] era un ambiente casi familiar”. Unos años después, la auditora llegó a contar con 4.000 empleados en España. Se convirtió en miembro del consejo mundial de Arthur Andersen, de donde salió años antes del escándalo que acabó con la firma. Entonces ya advertía de los riesgos de tener bajo el mismo paraguas el negocio de la consultoría y la auditoría.
“Ahora la auditoría la conoce todo el mundo y entiende lo que es, pero en aquellos años era un concepto muy extraño”, recuerda. “La creatividad en aquellos momentos era mucho más importante. Primero, para aprender de lo que se trataba y, segundo, para explicarle al cliente que tenía que seguir unas pautas que para él, en aquel momento, no eran importantes. En la actualidad los clientes, cualquier compañía, ya han pasado por muchos procesos de auditoría. En mi época todos empezaban a someterse a auditorías. No era obligatoria, era voluntaria”.
“En mi época de auditor, los setenta y ochenta, eran otros tiempos. Existían, lamentablemente, muchas contabilidades. Y parte de la labor del auditor era transparentar la situación financiera patrimonial de las compañías. El primer gran reto que existía entonces era hacer que las empresas entrasen en una dinámica de transparencia absoluta […] Segundo, los principios contables venían básicamente de Estados Unidos, del mundo anglosajón. Trasladábamos los ‘principios contables generalmente aceptados’ […] no los acababa de entender uno y tenías que entrar en este proceso de formación continua. Y con empatía conseguías que tus clientes al final los aceptasen y estuviesen muy contentos contigo”.
“La verdad es que la forma de trabajar en equipo, el hecho de que el activo del negocio fuera la persona, hay pocos negocios en los que ocurra y te ayuda a progresar de una forma muy acelerada, y aprendes a trabajar de una manera intensa y positiva”.
Pere Viñolas, consejero delegado de Colonial
Viñolas estudió Económicas y Derecho en la Universidad de Barcelona; y comenzó su carrera en PwC. “Cuando terminé la carrera, en 1986, la auditoría ya era conocida. Hice una apuesta. La economía española vivía un buen ciclo, habíamos entrado en una época con vientos favorables y había muchas oportunidades de trabajo. Se podía escoger […] A finales de los ochenta se implantaba la obligación de auditar. Había grandes compañías que se auditaban por primera vez, y que tenían que ofrecer información consolidada. Todo era muy nuevo, era una época de crecimiento boyante y había una rotación inmensa”.
“Había compañías muy glamourosas que ofrecían sueldos mucho mejores que los que encontré en auditoría, pero yo pensaba que hay momentos en la vida en los que uno tiene que priorizar determinados temas […] En aquella época yo prioricé el aprendizaje y la posibilidad de asomarme a un mundo lo más diverso posible. Para mí, la auditoría era lo más parecido a un MBA del mundo real donde tienes posibilidad de ver todo tipo de compañías. Y probablemente es la mejor manera de aterrizar en el mercado, porque ves mucho mundo en poco tiempo”.
“Aparte de ver mundo, aprendí método. La auditoría es una magnífica escuela en cuanto a método y disciplina de trabajo. Método para organizar las cosas y para analizarlas. La auditoría tiene una cultura corporativa orientada al crecimiento personal. Todo estaba enfocado a la dinámica de equipos, fomentar el crecimiento de los grupos. Uno tiene que participar de ese crecimiento, dentro de unos parámetros muy organizados, con un método de trabajo muy definido”.
El destino ha querido que su despacho actual esté situado “casi en el mismo metro cuadrado” donde hace 25 años empezó su trabajo como auditor. “Mi primer día de trabajo en la firma me dijeron que tenía que ir a un nuevo cliente que casualmente estaba situado en el mismo sitio donde ahora tengo el despacho. En el mismo edificio, en la misma planta, casualidades de la vida”.
Ana de Pro, directora financiera de Amadeus
Ana de Pro estudió Empresariales con especialidad de auditoría en la Universidad Complutense de Madrid. Comenzó a trabajar en Arthur Andersen en 1989. De Pro recuerda cómo a finales de los ochenta el trabajo era aún algo rudimentario comparado con la digitalización actual. “Uno de los trabajos que hacíamos era de manualidades. Cogías las tijeras, fotocopiabas y cortabas párrafos de años anteriores, luego ponías a mano las novedades o las conclusiones a las que llegaras y se lo dabas al equipo que los pasaba a máquina y lo escribía. “En aquella época no había portátiles ni teléfonos móviles”.
” Fue una época muy estimulante, de mucho trabajo y aprendizaje. Arthur Andersen tenía muy buenos profesionales. La gente era muy trabajadora, muy comprometida. Te tocaba auditar el agujero de la PSV o tal constructora. Dedicábamos infinitas horas. Terminábamos a las tres o las cuatro de la mañana. Y a las ocho teníamos que volver a la oficina. La gente era muy responsable”.
“La auditoría es una plataforma fantástica de aprendizaje, porque eres un imberbe de 21 años y entrevistas a directores financieros, te sientas con el consejero delegado y el director general. Te cuentan las interioridades de la empresa. Ves muchas compañías, aprendes muchísimo. Pero tienes que ser muy responsable y trabajar muchísimo. La recompensa es que aprendes muchísimo”.
Belén Frau, subdirectora de operaciones de Ikea
Belén Frau se estrenó en el sector en 1997, tras acabar la carrera de Empresariales. Comenzó a trabajar en Arthur Anderse Bilbao, que luego pasaría a ser Andersen y, por último, Deloitte. “Del mundo de la auditoría me llevo grandes aprendizajes. Sin duda, es un camino que he recomendado y recomendaré seguir a tantos jóvenes. Suelo hacer referencia a estos años como ‘un master retribuido’. Creo que esta es la clave de que el mundo de la auditoría sea una cantera de directivos”.
“Tuve la posibilidad siendo muy joven de conocer diversos sectores, diversas realidades empresariales e infinidad de directivos competentes y creo que esto fue un privilegio. la mayor impronta que dejó en mí es la capacidad de esfuerzo, sacrificio, la atención al detalle y un alto nivel de exigencia con la calidad del trabajo, empezando por la propia. Fueron algo más de seis años de gran dedicación, y de aún mayor aprendizaje”.
Durante una exposición, Frau terminó hablando con una mujer que casualmente era una headhunter. Ésta le comentó que su perfil se ajustaba mucho al que requería una gran empresa que estaba a punto de desembarcar en Bilbao. La empresa era Ikea. “Una vez más, las oportunidades las encuentras donde menos las esperas”.
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