Por Alberto Blanco Peña, Profesor del Máster en Bolsa y Mercados Financieros del IEB y CEO de bigDatil.
Bill Gates ha defendido en distintas ocasiones, y con singular entusiasmo, que los bancos están destinados a desaparecer. En 1994 afirmó: “Banks are dinosaurs… we can bypass them”. Unos años más tarde, en 1997, volvió a la carga: “We need banking. We don’t need banks anymore”. Y en vista de que no se cumplían sus profecías, en 2015 redefinió el “mantra” cambiando levemente el mensaje: “Banking is necessary, banks are not”.
A pesar de Gates, afirmar que los bancos son parte de nuestra cotidianeidad y forma de vida no es ningún descubrimiento, pero que la relación que tenemos con nuestro banco o entidad financiera está cambiando, tampoco.
La necesidad de los distintos poderes políticos y económicos de controlar los flujos monetarios, tanto de las personas como de las empresas, hace que sea casi imprescindible para el desarrollo de cualquier actividad económica el poseer una cuenta corriente en alguna entidad regulada y homologada por las autoridades respectivas.
Las distintas legislaciones y medidas encaminadas a evitar las fugas de control sobre el “dinero” en todo el mundo (leyes anti blanqueo de capitales, anti “money laundering”, etc.) tienen un alcance global y sus acciones son efectivas y de aplicación en prácticamente todos los países con la conocida excepción de los paraísos fiscales. De media, el 69% de la población mundial tiene abierta una cuenta corriente y, en los países desarrollados, ese porcentaje alcanza prácticamente al 100% de la población adulta.
Decía Alvin Tofller en su profético “Future Shock” que los individuos, y por tanto las entidades, entraban en shock cuando vivían un cambio muy profundo y muy rápido (“…too much change in too short a period of time”). Es cierto. Y cada vez es más común y más preocupante en las propias entidades.
Transformación digital, Blockchain, IoT, AI, Cloud (la “nube”), SaaS (Software as a Service), ERP (Enterprise Resources Planning), Big Data, Smart Data, ESG (Environmental, Social y Corporate Governance, abreviatura que define el concepto global de Inversión Sostenible)… demasiados términos como para que las entidades financieras no entiendan que se enfrentan a un cambio de paradigma que incluye como principal vector la tecnología y, como mayor desafío, un nuevo marco de relación con sus clientes.
Muchos analistas podrían incluir algunos factores más que incidirían en su modelo de negocio. Por ejemplo, la situación tan actual conocida como “tipos cero o negativos”. Es coyuntural dicen algunos, pero… ¿qué pasa si realmente estamos en un cambio mucho más profundo de los pilares en los que se sustenta la teoría monetaria y resulta que se convierte en estructural?
Es posible que el sistema bancario se tenga que acostumbrar a largos períodos de tipos cero o negativos con las consiguientes consecuencias para su modelo de negocio. ¿Cómo captar pasivo de los particulares si los depósitos no ofrecen ninguna rentabilidad? Ya hemos visto rentabilidades negativas en activos como la deuda pública, pero si el ecosistema financiero comienza a penalizar la liquidez, aparte de provocar “burbujas” como la del sector inmobiliario, traerá como consecuencia inevitable un cambio en los comportamientos de los individuos frente a cuestiones tan cercanas a los bancos y entidades financieras como es el de la inversión.
No obstante, se puede atisbar una luz al final del túnel. No todo está perdido. Las nuevas formas de relación de los usuarios podrían llevar al sector bancario a una redefinición de su “utilidad”. Basten algunos ejemplos.
Si el P2P (préstamos entre particulares) se convirtiese en un fenómeno con una incidencia cada vez mayor -requeriría para ello una mínima estructura de control que evitara incumplimientos-, esa plataforma podría ser perfectamente un banco.
Si las empresas de nueva economía o startups acceden a la financiación de una forma no clásica, sino que utilizan vías alternativas como inversores semilla, incubadoras, Venture Capital, crowdfunding, etc. ¿por qué no podrían los bancos ser los garantes de dichos procesos ofreciendo infraestructuras y seguridad transaccional y jurídica haciendo de plataformas de financiación para las empresas y atrayendo el capital de los pequeños inversores?
Los bancos españoles han dado muestra de que pueden afrontar procesos de transformación de negocio con ejemplos como Bizum, un sistema de pagos instantáneo a través del móvil que tiene ya más de 5 millones de usuarios y ¡oh, milagro!, principalmente entre los jóvenes. También han de afrontar como una oportunidad el proceso llamado Open Banking (acceso libre a los datos de los clientes en otras entidades). El usuario valorará positivamente que le hagan la vida más fácil mediante un acceso más sencillo y rápido a la mayor cantidad de información posible.
Por otra parte, nuevos competidores como las fintech (incesantes proveedores de adaptaciones y avances tecnológicos al sector financiero) o los “telcobanks” (las grandes compañías de telefonía y telecomunicaciones que ofrecen microcréditos a sus clientes) no son más que acicates que excitan la necesidad de estar permanentemente atentos a las necesidades de sus usuarios para poder satisfacer sus demandas.
Upselling, Crossselling, personalización en la oferta de valor, servicio integral y “one stop shop” …conceptos derivados del conocimiento profundo del usuario y de su comportamiento, serán imprescindibles para aumentar el negocio y fidelizar y retener al cliente. Asistentes financieros virtuales como Siri o Alexa serán algo habitual en nuestra futura forma de recibir atención y servicio personalizado por parte de nuestros bancos.
No obstante, no podemos dejar esta reflexión sobre el futuro del sector bancario sin acercarnos al pivote central sobre el que deberán girar todos los campos y manifestaciones de la actividad humana a partir de ahora. El medio ambiente, nuestro mundo, la sostenibilidad. Ya no es futuro, es presente.
El mundo de las finanzas no puede permanecer ajeno a lo que es el signo de identidad de nuestro tiempo. La Unión Europea, quizás la zona del mundo más concienciada con el problema y motor de impulso de las principales propuestas de reforma al respecto, ha incluido al financiero como un sector más que debe hacer sus deberes para solventar este desafío global.
El plan de acción adoptado por la Comisión Europea de marzo de 2018 sobre Finanzas Sostenibles señala tres objetivos principales:
- Reorientar los flujos de capital hacia inversiones sostenibles con el fin de alcanzar crecimiento inclusivo.
- Gestionar los riesgos financieros que llevaría aparejados el cambio climático, la degradación del medio ambiente y sus repercusiones en la sociedad.
- Impulsar la transparencia y supervisión en su actividad económica y financiera.
Por otro lado, Naciones Unidas celebró el pasado mes de septiembre en Nueva York una cumbre con las principales entidades financieras, en la que se han fijado los principios de actuación del sector financiero ante la amenaza global.
En la firma del compromiso, las entidades asumen que “solo en una sociedad incluyente basada en la dignidad del ser humano, la igualdad y el uso sostenible de los recursos naturales” pueden sus negocios y sus clientes tener sentido. Además, se comprometen a respetar los principios de actuación señalados en la Agenda 2030 de Naciones Unidas y de los Acuerdos sobre el Clima de París 2015 así como a hacer un seguimiento y análisis de su negocio y de sus clientes con la mayor transparencia.
En principio, los bancos firmantes suponen un tercio de todo el sector bancario global, con activos por encima de los US$ 47 billones (españoles), y se espera que las principales entidades que no han firmado lo hagan próximamente.
Es fácil imaginar que la banca del futuro tendrá muy difícil, por no decir imposible, sustraerse de la presión derivada de la economía sostenible y no podrá justificar la financiación o el beneficio proveniente de actividades incompatibles o contrarias al cuidado de nuestro mundo.
Imaginemos las consecuencias que traerá financiar industrias madereras que deforesten el Amazonas o las selvas de Borneo, explotaciones mineras que contaminen santuarios marinos, la exploración petrolífera en la Antártida o fábricas e industrias donde no se respeten políticas de igualdad o protección de la infancia. No solo sería el impacto “legal”, sino el daño reputacional con consecuencias dramáticas para el futuro de las entidades implicadas en dichas prácticas.
En cuanto a la inversión, crecen imparablemente las modalidades que permiten a los inversores alinearse con economía sostenible. Los fondos de impacto o la inversión con criterios ESG o ISR han dejado de ser un nicho para unos pocos concienciados y ahora son una tendencia y posiblemente se conviertan en mainstream debido a su creciente e imparable demanda. Como dice mi amigo y compañero Alain Uceda: “Goodness is business… Doing good is good for business… or it should be”.
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