Por Ramón Casilda Béjar, economista y profesor del IEB.
América Latina llegó a la pandemia de la COVID-19 en una situación compleja. El año 2019, registró un crecimiento virtualmente nulo, que completó el peor lustro desde el final de la Segunda Guerra Mundial. Para el año 2020, se esperaba una ligera reactivación. Sin embargo, la pandemia de la COVID-19 ha producido en la región, como en el resto del mundo, un cambio radical en las perspectivas económicas, con perturbaciones en el comercio internacional, que afecto a las cadenas de suministro y provoco la caída de los precios de varios productos básicos de gran importancia para los países sudamericanos. Las incertidumbres sobre la velocidad de la recuperación son inciertas y las expectativas empresariales también lo son, repercutiendo en el empleo y la renta.
La crisis cierra media década perdida (2010-2014), durante la cual la región creció un exiguo 0,2% anual. Este es el peor registro, y la media década perdida se transforma ahora en una década perdida (2015-2024), que según las predicciones, será peor que la fatídica crisis de la deuda externa de los años 1980.
Durante las últimas décadas, se ha registrado un desempeño económico insatisfactorio como es el período 1990-2019, que se creció un 2,7% anual, la mitad del 5,5% alcanzado en 1950-1980, considerado el período dorado de la economía latinoamericana. Dos razones fundamentales han sido los detonantes, la desindustrialización prematura que ha soportado la región y los muy bajos niveles de inversión en ciencia y tecnología (0,67 % del PIB, menos de la tercera parte de China que destina un 2,19%).
El Consenso Latinoamericano 2020, contiene 18 recomendaciones, agrupados en cinco grupos que persiguen los siguientes cinco objetivos:
El primero, es la lucha por el desarrollo social que permita la reducción de la desigualdad. El desarrollo de una educación y salud de calidad, una expansión de los sistemas de protección social, la lucha contra las desigualdades de género y las que afectan a los pueblos indígenas y afrodescendientes.
El segundo, apoyar la modernización y el fortalecimiento del tejido empresarial, que en su gran mayoría está constituido por micro, pequeñas y medianas empresas, que son las grandes generadoras de empleo. Fortalecer la diversificación productiva y exportadora con valor añadido, apoyada por una política ambiciosa, que exige un esfuerzo en investigación y desarrollo, el fomento de empresas innovadoras, la construcción de mejores infraestructuras físicas y digitales, así como un cambio del sector agrícola mediante la transformación tecnológica. Y todo ello incentivando el empleo formal y la formación, en un nuevo marco de relaciones laborales.
El tercero, es una política macroeconómica y, en particular, unas finanzas públicas sanas, pero también sistemas tributarios más progresivos y un manejo macroeconómico que reduzca la intensidad de los ciclos económicos, que han sido muy acentuados desde los años ochenta del siglo pasado.
El cuarto, es un compromiso firme con los acuerdos internacionales, entre ellos con los Objetivos de Desarrollo Sostenible de las Naciones Unidas, las agendas que combaten el cambio climático y defensa de la biodiversidad, y la despolitización de los procesos de integración regional, que constituyen la gran apuesta de la región durante al menos los últimos cincuenta años.
El quinto, es el fortalecimiento de las instituciones públicas y especialmente, un firme compromiso con la democracia, tan apabullada hoy en varios países latinoamericanos y que es esencial, para converger hacia un conjunto de valores compartidos y un sentimiento de pertenencia a la sociedad.
La economía, como todas las ciencias sociales, está sujeta a una evolución que se puede caracterizar, desde el punto de vista que aquí nos interesa, por la alternación de paradigmas explicativos sobre la naturaleza de los problemas económicos que afectan a la sociedad, y de las políticas que pueden y deben considerarse más eficaces para hacerles frente en cada momento histórico.
La crisis de la COVID-19, nos exige pensar a fondo un nuevo paradigma para el desarrollo. Esto es lo que plantea «El Consenso Latinoamericano 2020», que no es ni definitivo ni cerrado, si no abierto para su enriquecimiento y de esta manera poder llegar a la sociedad en su conjunto y llevarlo a la práctica cuanto antes. Contamos con ustedes.
Tribuna publicada en El Economista.
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