Por Juan Carlos Delrieu, director de estrategia y sostenibilidad de la Asociación Española de Banca y profesor del curso superior de Finanzas Sostenibles.
Hace unas semanas, Frank Elderson, miembro del Comité Ejecutivo y vicepresidente del Comité de Supervisión del Banco Central Europeo, escribió un artículo en el que reivindicaba el valor del desarrollo de las cuentas nacionales en la Gran Depresión como herramienta de evaluación de políticas públicas. En aquel momento, el marco contable y estadístico diseñado por Clark y Kuznets trató de ser una simplificación imperfecta de una compleja realidad, pues las cuentas no estaban armonizadas y los datos de los que debía nutrirse eran irregulares e incompletos. A pesar de todo, este marco se convirtió en un instrumento fundamental para medir el avance de las economías. No hizo falta disponer de una completa información de base ni tampoco estrangular el sistema con exigentes regulaciones en favor de la divulgación estadística. El modelo, que todavía es imperfecto, se sigue mejorando para integrar conceptos tan importantes como el bienestar, la igualdad social o la sostenibilidad en las cuentas nacionales, pero en ningún momento se paralizó.
En los últimos años, la Unión Europea, que se estaba quedando descolgada de una posición de liderazgo global entre EE UU y China, ha sabido encontrar en la sostenibilidad un espacio que la sitúa en el centro del debate. El cambio climático, la necesaria transformación productiva exigida para un entorno más amigable con el medio ambiente, la equidad social y el desarrollo sostenible enmarcado en la Agenda 2030, se convierten en principios esenciales para la UE. Este reto exige una significativa capacidad de financiación pública y privada. Por ello, la UE aprobó en 2018 un Plan de Acción para el desarrollo de las finanzas sostenibles, y acaba de actualizarlo con una estrategia renovada sobre finanzas sostenibles para hacer frente a la declarada ambición del Pacto Verde Europeo y para alinearse al paquete de ayudas económicas planteado en el NextGenEU.
Esta nueva estrategia para lograr un sistema financiero más sostenible descansa en extender el ya prolijo marco normativo para incentivar la movilización eficiente de los flujos privados de capital, acercarlo a todos los agentes del sector y, siempre que sea posible, fomentar una agenda global de colaboración y consensos entre países. Con el liderazgo que plantea el Reglamento de Taxonomía de la UE, esta sólida estrategia aspira a convertirse en una referencia global, a pesar de que la materia prima de este marco, los datos, todavía está incompleta, es irregular y de baja calidad, lo que dificulta el contraste y las evaluaciones metodológicas.
Aun así, para los reguladores europeos las lecciones de Kuznets y Clark son evidentes: disponer de un riguroso marco normativo es más que suficiente para crear un soporte para el desarrollo de las finanzas sostenibles, la movilización del capital necesario para financiar la transformación de una economía descarbonizada y mantener la competitividad del tejido empresarial europeo frente a otros países.
Ahora bien, el desarrollo sostenible tiene una enorme similitud con la transformación digital, que tuvo su origen en 1969 de la mano de Vint Cerf y Robert Kahn, creadores de los protocolos TCP/IP y de la arquitectura de internet. Un marco que sirvió de base a Tim Berners-Lee para desarrollar la World Wide Web en 1989 como un sistema de distribución de modelos interconectados y accesibles vía internet.
A pesar del permanente riesgo al que nos enfrentamos con el uso de internet (problemas de ciberseguridad, fraudes, etc.), no solo ha revolucionado muchos ámbitos hasta el punto de llegar a convertirse en un medio global necesario en nuestras vidas, sino que al facilitar la desintermediación y democratizar el conocimiento, la digitalización sienta las bases para un auténtico desarrollo sostenible para todos los ciudadanos. De hecho, es difícil entender la sostenibilidad sin digitalización.
Con la digitalización hemos aprendido dos lecciones que conviene recordar. En primer lugar, es mucho más importante crear protocolos y estándares flexibles y de fácil ejecución sobre los que diseñar la arquitectura de lo que queremos construir que empeñarnos en desarrollar un marco normativo complejo e incompleto, muchas veces inconexo e incoherente entre las propuestas de diferentes reguladores y supervisores. Y, en segundo lugar, deberíamos ser conscientes del riesgo de asfixiar la innovación financiera y tecnológica con un exceso de regulación.
El marco que regula internet ha sido siempre muy laxo y se ha desarrollado a posteriori para cubrir las imperfecciones. Es difícil imaginar cómo sería nuestra interacción con la red si los reguladores europeos se hubieran encargado en los noventa de anticipar sus riesgos inherentes y hubieran formulado un inmenso engranaje regulatorio para proteger a los consumidores y promover la inversión privada.
Por ello, ceñirse al corsé regulatorio impuesto desde Europa, en ocasiones perdido en vericuetos de burocracia oficial y excesiva complejidad conceptual, solo propiciará un liderazgo espurio que en muy poco tiempo tendría que ceder a otros países más comprometidos con el impacto y la acción que con el rígido cumplimiento de normas (como le ocurrió al protocolo de interconexión digital por el que Europa apostó en los ochenta, Open System Interconexion, que pese a estar avalado por el sello de la ISO, sucumbió frente a la flexibilidad del estándar norteamericano, diseñado por Cerf y Kahn).
Actualmente, se tiende a promover el desarrollo de las finanzas sostenibles en paralelo al desarrollo normativo, con acuerdos públicos, integrando la sostenibilidad en la gestión y en la estrategia de las organizaciones, y financiando y acompañando a los clientes en esta senda de ajuste hacia una economía descarbonizada. Los bancos están integrando las lecciones del pasado con eficacia y gestionando de manera activa el desarrollo de las finanzas sostenibles porque de ello no solo depende la sostenibilidad de nuestro planeta sino la propia supervivencia del sector. Un desafío mayúsculo, porque gestionar los riesgos y las oportunidades derivadas del cambio climático es un proceso nuevo y complejo para todos los agentes involucrados.
Europa está a tiempo de combinar los aprendizajes de Kuznets y de Cerf para definir políticas ágiles, coherentes y de impacto, para fomentar la innovación tecnológica y para promover protocolos, estándares y sendas de ajuste sectoriales, en lugar de empeñarse en liderar la sostenibilidad por la vía de la regulación.
Tribuna publicada en Cinco Días.
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