Por Rodrigo Villamizar Alvargonzalez, profesor del IEB, de la Universidad de San Diego (California, EE.UU.) y chairman del Centro de Investigación Borametz de Madrid. Ex-ministro de Energía de Colombia y ex-embajador en Japón y otros países del Sudeste Asiático.
La política energética ha cambiado de la noche a la mañana en Europa. Pero no por causa de fuerzas globales como el cambio climático sino por la demencial arremetida invasora de la Rusia de Putin. Esto implica el mayor rediseño del mapa energético y geopolítico de Europa, Occidente y posiblemente del mundo entero desde la Segunda Guerra Mundial.
La reacción de Occidente ante la invasión rusa demuestra que, si el sistema financiero puede convertirse en un arma, también lo puede la energía. Acelerada bajo coacción, la política de seguridad energética de la UE está cambiando en tiempo real adoptando nuevos cambios radicales al tiempo que los misiles aterrizan en Kiev. Si Rusia cierra el flujo de gas natural a través del gasoducto Nord Stream1, se detendrá el 38% del gas importado.
Como precaución, Alemania está destinando 200.000 millones de euros para lograr el 100% de energía renovable hacia 2030. Dado que Europa gasta 1.000 millones al día para pagar el carbón, gas y petróleo importados de Rusia, deberá dar un giro herculano para sustituir siquiera el 50% de tales importaciones. En efecto, la mitad del petróleo (80% del total), carbón (70%) y gas (30%) podrán sustituirse, pero con un sobrecosto un 28% mayor. El resto habrá que asumirlo con renovables y con sacrificio.
Además del drama de la oferta, Europa está enfrentando aumentos de cerca de 600 veces mayores en el precio del petróleo (con relación a la misma fecha de 2020) y 400 veces en gas natural. Es un shock dual causado por las expectativas de escasez y los bajos niveles de inventarios resultantes de su propia inacción ante la permanente sombra de un desabastecimiento ruso.
Los desbocados precios actuales del petróleo y gas son un re-play de los registrados hace 49 años por causa de la guerra de Yom Kippur (ver gráfico 1). Los analistas coinciden en que tal impacto fue el creador de la economía moderna global.
Por ser las economías de hoy menos dependientes del petróleo y que el racionamiento actual es auto-impuesto, una consecuencia positiva de cortar la oferta rusa consistirá en incrementar la eficiencia energética y reducir su coste, además de limpiar la matriz energética con fuentes renovables.
El shock de 1973 llevó a los fabricantes de automóviles a aumentar los kilómetros recorridos por galón y a la economía a disminuir la energía por dólar de PIB. Casi 50 años después debemos ser capaces de repetir esa dinámica.
La otra gran preocupación de todos de cara a estos altos precios de la energía es la inflación. Pero si comparamos la tasa de inflación de los cinco últimos años de los dos eventos (la Guerra de Yon Kippur y la invasión de Ucrania, ilustrada en el gráfico 2), se aprecia que inflación asociada a eventos altamente disruptivos reflejan una dinámica y niveles relativamente similares (al menos en EE.UU).
Por lo tanto, para controlar la inflación o incluso la estanflación resultante por causa de la guerra en Ucrania, las opciones de política monetaria y fiscal son ya conocidas. De ignorarse la lección de 1973, como sucedió en EE.UU con la Guerra del Golfo contra Saddam Hussein por su invasión a Kuwait, el precio del petróleo y la inflación causarán recesión.
En dicha ocasión la Reserva Federal (Allan Greenspan) optó por suspender el programa de rebajas en la tasa de interés, causando aún más recesión. El presidente Bush, quien llegó a obtener el 90% de aprobación por su gestión ante Sadam, perdió las elecciones contra Clinton como consecuencia.
La conclusión natural es que tanto los gobiernos como los bancos centrales deben centrar su atención y análisis en los comportamientos de los líderes en cuestión (Putin y Biden, en el caso actual) con un ojo en la inflación y el otro en la seguridad energética.
Para los compradores y vendedores de materias primas y productos derivados, desconfiar aún de empresas independientes, toda vez que detrás de ellas puede haber un objeto de sanciones. Y evitar a toda costa las sanciones para no quedar atrapados en litigios penales. Esto, necesariamente, conllevará un sobre-costo alto para todos reflejado en un mayor nivel inflacionario. ¿Pueden los líderes Occidentales pedir a su población que se sacrifique por causa de los efectos de esta guerra?
Si los estadounidenses están preparados para soportar el dolor de pagar cinco dólares por galón de gasolina y los europeos están preparados para soportar la tortura de reducir electricidad y calefacción entonces la posición de Occidente se torna muy poderosa. Pero en este juego, ¿cómo se sabrá quién gana y quien pierde?
A día de hoy Rusia y Ucrania son perdedores netos. Y solo con una resolución pronta reducirán sus ingentes costes. Deteniendo la guerra ganará el mundo entero, pues habrá triple dividendo evitando muertes, recesión e inflación.
El escenario de 1973 se parece mucho a la situación actual. De no actuar con grandeza y sabiduría, los líderes políticos y banqueros centrales crearán tanta devastación y estanflación como destrucción producen los misiles rusos.
Tribuna publicada en Funds people.
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