Por Ramón Casilda Béjar, profesor del IEB y autor del libro ‘Capitalismo Next Generation. Empresario y empresa en el mundo post covid-19’.
El 1 de julio de 1944 resultó un día singular para la localidad de Bretton Woods (Nuevo Hampshire, Estados Unidos). Ese día comenzó la conferencia monetaria y financiera internacional, que se prolongaría hasta el 22 de julio de 1944. Veintiún días para debatir cómo diseñar un nuevo orden monetario mundial basado en el comercio y la cooperación financiera internacional. El resultado son los ‘acuerdos’ que dieron origen al sistema de Bretton Woods, vigente hasta el 15 de agosto de 1971. Un periodo conocido como “la época dorada del capitalismo”.
Bretton Woods se fundamenta en la existencia de tipos de cambio fijos pero ajustables. Los tipos de cambio fijos a corto plazo debían evitar las excesivas fluctuaciones que se habían producido en 1930 y su utilización para mejorar la competitividad (guerra de divisas y empobrecimiento entre países). No obstante, cuando un país tuviese un desequilibrio fundamental, se permite la posibilidad de modificarlo en situaciones excepcionales en más o menos 1% de la paridad inicial fijada a cada moneda, haciendo posible su utilización como instrumento de ajuste ocasional. Así se evitaba la rigidez del patrón oro, que había mostrado su incompatibilidad con las políticas nacionales a principios de los años 1930 y que todavía lo hubiera sido más en el mundo de la posguerra, dominado por el pensamiento keynesiano y su preocupación prioritaria por el pleno empleo. Dicho brevemente, Bretton Woods representa un híbrido compromiso entre la propuesta de John Maynard Keynes y la de Harry Dexter White (La batalla de Bretton Woods).
Los anglosajones utilizan el término ‘momentum’ para referirse al ‘impulso’ que recibe una idea o debate en un punto determinado del tiempo. Hoy no caben dudas de que nos encontramos en la escena económica mundial ante el ‘momentum’ Bretton Woods III. Un ‘momentum’ tan urgente como importante, después de un largo periodo de tumultuosas relaciones financieras que exigen establecer unos acuerdos que estabilicen y mantengan la cooperación monetaria internacional, que permitan a los países desarrollar relaciones financieras de manera más fluida, estable y beneficiosa para la economía mundial.
Vivimos, sin oficializarse, un momentun Bretton Woods III, con el gran interrogante sobre si el dólar será más débil cuando termine la guerra. Según el informe de Credit Suisse, firmado por Zoltan Pozsar, su director general (abril de 2022), esta situación no se parece a nada que hayamos visto desde que el presidente Nixon anulase el 15 de agosto de 1971 la conversión del dólar en oro y finiquitase Bretton Woods.
Ahora estamos siendo testigos del nacimiento de un nuevo orden monetario mundial que, en última instancia, debilitará el actual sistema basado en el dólar y conducirá a una mayor inflación en Occidente. Pozsar marca el fin del actual orden monetario en el día en que las naciones del G-7 incautaron las reservas de divisas a Rusia, tras la invasión de esta a Ucrania. Lo que antes se consideraba libre de riesgo dejó de serlo, ya que el inexistente riesgo crediticio fue sustituido instantáneamente por un riesgo de incautación legal.
Estamos ante el final de la dominación del dólar y el inicio de la del renminbi. Según Pozsar, “los bancos centrales occidentales, prisioneros de las sanciones impuestas por sus propios gobiernos, no podrán prestar apoyo como la liquidez de emergencia necesaria para cerrar las brechas del mercado”. Sin embargo, advierte de que el Banco Popular de China (PBOC) no se enfrenta a tales restricciones y, por tanto, se encuentra en una posición privilegiada, lo que podría allanar el camino hacia un renminbi mucho más fuerte. Aquí es importante el papel del PBOC, que se enfrenta a dos alternativas para aprovechar esta oportunidad: vender bonos del Tesoro para comprar materias primas o hacer su propia flexibilización cuantitativa —’quantitative easing’—, es decir, imprimir masivamente dinero para comprarlas. Ambos escenarios implican mayores tasas de interés y una mayor inflación en Occidente. Es este el primer paso real de China para romper la hegemonía del mercado del eurodólar. Este escenario inflacionario para Occidente significa menos demanda de bonos del Tesoro a largo plazo, y concluye con un comentario sobre el bitcoin: espera que se beneficie de esta situación, pero solo “si todavía existe”.
El análisis de Pozsar confirmaría que el más beneficiado de la guerra de Ucrania sería China. No obstante, hay que hacer la salvedad de que este análisis tiene más probabilidades de materializarse conforme más tiempo dure la guerra y más tiempo esté sancionada Rusia, así que habrá que esperar a ver qué sucede en los próximos días, semanas o meses.
Otros análisis encuentran que la guerra favorece al dólar, ya que actúa como refugio, especialmente en su cambio frente al euro, pues Europa es especialmente vulnerable en este contexto, y más aún con las sucesivas subidas de los tipos de interés por parte de la Fed y las anunciadas por el Banco Central Europeo. Para los bancos centrales, ser predecibles se ha convertido en un activo y tratan de mostrar la senda por donde van a transcurrir para evitar sorpresas. Este principio es relevante, pues la confianza en un banco central asegura la amplia aceptación de su moneda, confianza que debe mantenerse a través de políticas gubernamentales disciplinadas.
Para Pozsar, el renminbi será mucho más fuerte al encontrarse respaldado por una cesta de “materias primas”. El informe describe que en Rusia están colapsando y bajando de precio, pero fuera del país están subiendo. En este sentido, la pregunta es quién proporcionará respaldo a Rusia para que no colapsen y bajen aún más sus precios. Blanco y en botella. En este caso, será China, uno de los pocos países que pueden comprárselas, si bien lo haría a precios relativamente más bajos, mientras que para Occidente está resultando todo lo contrario, tiene que pagar precios más altos, y esto, con especial referencia a la energía.
Así que podemos preguntarnos: ¿seremos testigos del nacimiento de un nuevo sistema monetario y financiero internacional con un Bretton Woods III, respaldado no en divisas, sino en una cesta de materias primas, que debilitará el sistema del eurodólar y contribuirá a desatar las fuerzas inflacionarias en Occidente, como de hecho ya lo hace?
Aunque puede pensarse que ahora no es el momento adecuado para pensar en grandes opciones, por encontrarnos en medio de una guerra, aunque según lo planeado fallida para Rusia, pero que provoca un entorno de ansiedad, inestabilidad y creciente complejidad, debido a que no se vislumbra un rápido final, ni cómo será. Esto introduce dosis de inseguridad que tensiona los mercados monetarios y financieros internacionales, contrae el comercio internacional y amenaza con una inflación de larga duración, que presagia una recesión económica, y esto con una pandemia global que no ha desaparecido totalmente, así como escenarios altamente preocupantes como es la división del mundo en dos grandes bloques militares, ideológicos y económicos, liderados por EEUU y Europa como socio menor y China con Rusia como socio a la fuerza, conformando un balance de fuerzas cada vez más conflictivo.
Es en este escenario donde se encuadra el ‘momentum’ Bretton Woods III, cuyo nacimiento no ha hecho más que empezar reafirmando los valores de las democracias liberales, representando una nueva oportunidad para la defensa del libre comercio, que solo es realmente libre si los países operan con valores compartidos y un campo de juego equitativo como pilar de la arquitectura de la gobernanza económica mundial y el multilateralismo. Foros como el de ‘París para la paz a favor del mutilateralismo’, que en palabras de su presidente, Ángel Gurría (ex secretario general de la OCDE), «teniendo en cuenta la evolución del contexto internacional y la polarización geopolítica creciente, nunca ha sido tan pertinente y urgente».
Hoy, 1 de julio de 2022, 78 años después de los acuerdos de Bretton Wodds, estamos en el ‘momentum’ para trabajar y fijar las bases que impidan continuar agrandando la inestabilidad del sistema monetario y financiero internacional, que golpea la economía mundial con consecuencias más allá de las propias monetarias y financieras, para adentrarse en situaciones humanas que harán más desolador el paisaje, como son las hambrunas de los más pobres, la inmigración forzosa y la dignidad de las personas, sin olvidar la muy preocupante situación del cambio climático y la desigualdad.
Recuérdese que los funcionarios del Tesoro de EEUU comenzaron en 1941, en plena Segunda Guerra Mundial, junto con sus colegas británicos, a elaborar propuestas para diseñar el sistema monetario y financiero internacional de la posguerra. Hoy tenemos la sensación de que se ha puesto de acuerdo un misterioso ciclo en los acontecimientos humanos para golpearnos de manera reiterada. Algo que ya sucedió en la Segunda Guerra Mundial, cuando el presidente Roosevelt, en sus charlas junto a la chimenea, habló sobre aquello de que a “algunas generaciones se les da mucho. De otras generaciones se espera mucho”.
Las generaciones actuales tienen una cita con el destino: construir un mundo más estable, sostenible, próspero, equitativo y en paz, para evitar en principio lo que ninguno deseamos: “Que tengamos que comenzar de nuevo”.
Tribuna publicada en Cotizalia.
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