Por Ramón Casilda Béjar, profesor del Máster en Relaciones Internacionales y autor del libro Capitalismo Next Generation.
En Tendencias 2022, decía que nuestros países, nuestros gobiernos y nuestras sociedades se enfrentaban a un conjunto de tendencias que conllevan una urgente e importante necesidad de cambios.
En Tendencias 2023, identificaba seis tendencias que en Occidente acelerarían los cambios y exigían prepararse para una nueva era, que tomaba impulso y aceleración con la guerra de Ucrania.
En Tendencias 2024, proyecto que nos situamos ante un futuro dominado por lo improbable que exige gestionar lo impredecible.
Esto es lo que intentó hace 50 años el informe Interfuturos, cuando la economía mundial no arrancaba, no levantaba el vuelo y se encontraba en el peor momento, como consecuencia de la guerra de Yom Kipur o árabe-israelí de 1973 y la llamada crisis del petróleo, que golpeó tan duramente las economías industrializadas, recordada como la crisis de los setenta.
Por entonces, el Gobierno de Japón, consciente del crítico momento y de la urgente necesidad de que todos los países industrializados alineasen sus políticas económicas a largo plazo, tomó una importante iniciativa en mayo de 1975: proponer en el seno de la OCDE el proyecto Interfuturos, un singular informe prospectivo con el fin de estudiar el futuro de las sociedades avanzadas en armonía con el de los países en desarrollo, en que participaron los profesores José Luis Sampedro y Emilio Fontela, mi maestro.
De esta iniciativa, además de Interfuturos, nace a finales de los setenta el proyecto FAST de las comunidades europeas, y en nuestro país, España en la década de los ochenta, dirigido por el profesor Fontela, que lo actualizo con la Tentación proteccionista.
Los motivos que dieron lugar a Interfuturos resultan de los más actuales: “Los nuevos problemas que han surgido durante los últimos años, con importantes implicaciones tanto para los países avanzados como para las relaciones entre estos y los países en desarrollo, las dificultades para conseguir a la vez crecimiento y pleno empleo, los desequilibrios entre oferta y demanda de productos primarios esenciales, la inflación, la problemática sin precedentes de las balanzas de pagos, la preocupación sobre las nuevas estructuras de las relaciones en el ámbito monetario en materia de intercambios comerciales e inversiones, más los desequilibrios crecientes entre economías desarrolladas y economías en vías de desarrollo”.
Hoy, algunos de estos motivos se encuentran presentes en la economía mundial, en que la volatilidad, la inestabilidad y la complejidad se han instalado. A esto se añaden factores políticos, tecnológicos, medioambientales y sociales que confirman que ya estamos en una nueva era, propiciada y acelerada tras las sucesivas crisis: las hipotecas subprime de EEUU, el covid-19 llegado de China, la invasión rusa de Ucrania y, ahora más actualmente, la enorme incertidumbre desatada por el ataque de Hamás desde la Franja de Gaza al sur de Israel, precisamente cuando se cumplían 50 años del ataque de Yom Kipur.
Cuando el mundo era bipolar, las dos potencias mundiales, Estados Unidos y Rusia, se disputaban la hegemonía planetaria en una Guerra Fría que finalizó con la caída del muro de Berlín y la desaparición posteriormente y por completo de la URSS y todas las repúblicas socialistas.
El hito histórico que significó la caída del régimen comunista dio paso al “fin de la historia”, como proclamó el politólogo estadounidense Francis Fukuyama. El orden liberal internacional, surgido tras la Segunda Guerra Mundial, definido como un conjunto de relaciones estructuradas basadas en reglas fundamentadas en el liberalismo político (democracia liberal), liberalismo económico (libre mercado) y liberalismo comercial (libre comercio), implica la cooperación a través de instituciones multilaterales como las Naciones Unidas, el Fondo Monetario Internacional, el Banco Mundial y la Organización Mundial del Comercio, y se constituye por los principios de la igualdad humana: libertad, imperio de la ley, Estado de derecho, derechos humanos, seguridad colectiva, libre mercado, promoción de la democracia liberal. El orden liberal internacional había triunfado plenamente sobre la dictadura política y la planificación de la economía comunista.
Sin embargo, el fin de la historia ha hecho un zigzag y el orden liberal internacional no reina según Fukuyama, más bien nos encontramos ante un desorden liberal internacional, en que se solapan las grandes transformaciones geopolíticas, geoeconómicas y geoestratégicas, donde la transición energética adquiere una importancia relevante, así como el cambio climático es la primera prioridad para poner a salvo el planeta. Al respecto, el informe del Club de Roma Los límites del crecimiento (1972), cuyas conclusiones actualizadas 20, 30 y 40 años después reafirmaron lo que se indicaba en el primer informe: “Si el actual incremento de la población mundial, la industrialización, la contaminación, la producción de alimentos y la explotación de los recursos naturales se mantienen sin variación, se alcanzarán los límites absolutos de crecimiento en la tierra durante los próximos 100 años”.
Todo ello se ha visto acompañado por la aparición de cisnes negros, es decir, impactos de sucesos altamente improbables, como los denomina Nassim Nicholas Taleb, que generan incertidumbre sobre la perdurabilidad de las reglas que rigen la política, la economía, las finanzas y el comercio a escala global, dando lugar a una espiral que incrementa la rivalidad entre dos bloques cada vez más diferenciados: democracias y autocracias. El primero, liderado por Estados Unidos con Europa como socio (menor), y el segundo, liderado por China con Rusia como socio (a la fuerza), sin olvidar el sur global, donde sobresale la India.
La preocupación por el futuro ha estado siempre presente en la historia de la humanidad
A 50 años de Interfuturos, podemos preguntarnos si no es el momento de Interfuturos 2.0. Decía el profesor Fontela que el simple hecho de interrogarse sobre el futuro constituye ya una forma no desdeñable de moldearlo, y hoy más que nunca nos invade la preocupación de hacerlo. La preocupación por el futuro ha estado siempre presente en la historia de la humanidad, ya sea a través de la imaginación, de la ciencia o del arte, o como recurso metodológico. Lo cierto es que el interés por conocerlo caracteriza a los seres humanos y se vincula con la necesidad de trascender y dar sentido a su existencia (Barbieri, 1992).
Interfuturos 2.0 sobresale por la urgente necesidad de estudiar el futuro de las sociedades avanzadas en armonía con el de los países emergentes y en desarrollo. Y más, mucho más, ahora en un mundo crecientemente alterado, donde comprobamos que hemos creado unos resultados que nadie quiere, pero que persisten, imponiéndose la determinación de dejarlos atrás, estableciendo una sociedad más próspera, más justa y más feliz, como invocaba Inmanuel Kant en La paz perpetua (1795).
La pregunta es, ¿podrían ser el G20 o el G7 quienes propongan en el seno de la OCDE Interfuturos 2.0? O más bien, emulando a Japón, ¿qué país podría recoger el testigo?
Lectores y amigos todos, les deseo que pasen unas felices fiestas y todo lo mejor para 2024.
Tribuna publicada en El Confidencial.
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