Por Jesús Mardomingo*, socio de Dentons, director del Máster de Acceso a la Abogacía y director del Área de Sostenibilidad e Innovación.
“Cada nueva tecnología crea un nuevo ambiente humano” Marshall McLuhan (1911-1980)
Hacia finales de la década de los 60 y principios de los años 70, Herbert Marshall McLuhan, profesor de literatura inglesa, crítica literaria y teoría de la comunicación, acuñó el término «aldea global» para describir la interconexión humana a escala global generada por los medios electrónicos de comunicación. También afirmó que «cada nueva tecnología crea un nuevo ambiente humano». Y si no que se lo digan a Pancho, uno de los protagonistas de la famosa serie de televisión española Verano Azul (1981). Para los lectores más jóvenes, Pancho era el repartidor (en bicicleta) de una tienda de alimentación regentada por sus tíos, con quienes vivía.
El rider de la serie de Chanquete no había evolucionado aún lo suficiente para preocuparse de la problemática que el Real Decreto-ley que entró en vigor pretende regular. Según reza su exposición de motivos (de interesante lectura para intuir que este no será el único acercamiento que hará el Gobierno de España para regular los desafíos de los algoritmos), la finalidad de la norma es precisar «el derecho de información de la representación de personas trabajadoras en el entorno laboral digitalizado, así como la regulación de la relación trabajo por cuenta ajena en el ámbito de las plataformas digitales de reparto». ¡Casi nada! Y regulado todo en un artículo y una disposición adicional…
Utilizando un lenguaje más arcaico, menos legislativo, pero más accesible, a partir de ayer los repartidores de comida y otros entregables vinculados a empresas como Glovo, Uber Eats, Just Eat o Deliveroo (bueno, este último ya no pues acaba de cerrar repentinamente en España) dejarán de ser falsos autónomos y se convertirán en trabajadores por cuenta ajena.
Además, y esto no limitado al trabajo en plataformas, sino a todo tipo de empresas, se impone el derecho de los comités de empresa a conocer las reglas de los algoritmos y los sistemas de inteligencia artificial que afectan a la toma de decisiones que pueden incidir en las condiciones de trabajo, el acceso y mantenimiento del empleo, incluida la elaboración de perfiles.
Sin duda, esta nueva economía de los pequeños encargos y el trabajo de plataformas es un campo de gran debate e impacto en una sociedad que observa cuán velozmente se transforman las experiencias laborales, por no decir cómo se precariza el mundo del trabajo humano consecuencia, en gran medida, de la aplicación de tecnologías digitales.
Por definición, este sistema de mercado libre también llamado gig economy (economía de bolos, como los que hacen los artistas en sus giras de actuaciones) se basa en tres profundos cambios que vive la sociedad actual: por un lado, el cortoplacismo que todo lo invade. Ya nada es para toda la vida. Por otro, el crecimiento geométrico del fenómeno de las plataformas digitales. Finalmente, la búsqueda de modelos más flexibles de buscarse la vida en un entorno laboral cada vez más precario.
En efecto, trabajadores, profesionales, plataformas y consumidores, viven todos atraídos por las aparentes excelencias del mundo digital y dispuestos a sacar el mayor partido del uso del algoritmo. Los trabajadores y profesionales de servicios a demanda buscan formas de trabajar más flexibles y adaptables, las plataformas quieren liberarse de regulaciones laborales previas, y los consumidores esperan cada vez más productos servicios bajo demanda.
Sin embargo, una intervención vía legislativa de urgencia tratando de modificar unas relaciones laborales que están más cerca de los «bolos» de un actor de teatro que de las formas de empleo más tradicionales va en sentido contrario y no está consiguiendo el nivel de entendimiento y aceptación deseado, haciendo difícil encontrar satisfecho a algunos de los participantes en el juego. Unos porque las exigencias legales son incompatibles con sus proyectos, llegando incluso a cerrar sus negocios (Deliveroo), otros porque pierden el empleo o la posibilidad de ofrecer sus servicios a más posibles demandantes y, finalmente, el consumidor porque no encuentra lo que busca.
Mis años de profesión en un mundo global en el campo de los proyectos empresariales, me han demostrado recurrentemente que los nuevos modelos siempre inician su construcción en ausencia de una regulación que considere sus especificidades. Pero no es menos cierto que las plataformas, además del gran aporte innovador, mejor acceso de las empresas a los mercados y generación de servicios realmente interesantes para los consumidores también está provocando que un selecto grupo de plataformas exitosas, muchas carentes incluso de definición jurídica, alcancen, y ejerzan, un poder sin precedentes e impensable hasta nuestros días (salvo por McLuhan) en muchos mercados específicos y en nuestra sociedad en general.
Solo este hecho, que justifica el éxito del plataformismo basado en los efectos amplificadores de las redes y de la economía global, exige de una amplia participación, casi universal, en su tratamiento y regulación. De hecho, ya se está trabajando en la elaboración de estrategias y mecanismos para regular la actividad de las plataformas, pero aún estamos en las primeras etapas que necesitan del suficiente estudio y reflexión que permita consolidar un nuevo modelo de entendimiento y relaciones laborales en el que todas las partes estén satisfechas, y no lo contrario.
Un gran amigo de profesión, ahora también manager de multinacional, hablando de la seguridad jurídica en el mundo empresarial siempre lanza una idea muy inteligente que debe hacernos pensar en estos tiempos de polarización de la sociedad y de tsunamis normativos. Mi amigo Jaime afirma que las cuestiones legales no lo son todo. Ojo, siempre matiza que se refiere a que las cuestiones jurídicas son solo un elemento de los muchos que se requieren para formar un plan de negocio, y para ejemplificarlo cuenta su teoría basándose en el argumento de la película The Social Network. Si Zuckerberg hubiera tenido un abogado a su lado, no habría tenido que pagar una indemnización millonaria a los hermanos a los que robó su idea, pero si hubiera tenido un abogado a su lado, probablemente, Facebook no existiría.
Sobre la infraestructura de Internet, las inversiones cortoplacistas, la inmensidad de servidores que necesitan las plataformas para funcionar, y su correspondiente cuota de responsabilidad en las emisiones globales de gases de efecto invernadero, hablaremos otro día.
*Jesús es socio senior de Banca y Finanzas en Dentons en Madrid y es reconocido como un abogado de primer nivel asesorando a instituciones financieras en temas corporativos y autoridades públicas en temas comerciales y regulatorios. También asesora a entidades de crédito, compañías de seguros y empresas de servicios de inversión en todo tipo de transacciones corporativas.
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