Por Ramón Casilda, Analista, consultor estratégico iberoamericano y profesor del IEB.
El laberinto es uno de los símbolos más recurrentes en la obra de Jorge Luis Borges. Pero también de José Juan Sebreli, que recientemente ha publicado: Dios en el laberinto. Argentina, en términos económicos, puede que sea un laberinto. Qué está pasando en el laberinto de la economía argentina es algo que aún no es posible contestar con precisión. Nunca lo ha sido. Ahora bien, tomemos como referente la reunión de la directora gerente del FMI, Christine Lagarde, que el 18 de marzo sostuvo con el presidente Mauricio Macri, con motivo de la celebración del G-20 en Buenos Aires. Entonces Lagarde declaró: «Las autoridades económicas han logrado avanzar tanto en términos de política monetaria, como en la reorganización del gasto público para hacerlo más eficiente, así como en la reducción de la presión impositiva, y en la adopción de las reformas que permiten la libre competencia. El Gobierno ha sido profundo en las reformas, con la decisión de lograrlo en un tiempo suficiente como para que sean sustentables». Igualmente defendió el endeudamiento masivo que ocurre desde la llegada del presidente Macri, afirmando que «una buena parte está en manos del sector público y en pesos. Así que no hay una exposición masiva a los acreedores externos en bonos en moneda extranjera». En ese sentido, argumentó que «la deuda en moneda extranjera con los acreedores privados alcanza un 35% del PIB, un nivel que francamente no implica una carga demasiado pesada para la economía». «No viéndolo como un asunto para preocuparse», insistió. Sobre la falta de inversiones extranjeras directas, manifestó que: «los inversores quieren tener la garantía de que habrá una continuidad en las políticas, que no habrá retrocesos de ningún tipo de las políticas actuales, para renovar su confianza en el país».
Solo un mes después, el 17 de abril, el propio FMI en su renovado informe World Economic Outlook (WEO, abril 2018), redujo las proyecciones de crecimiento de la economía argentina para 2018, rebajándolas del 2,5% al 2% y aumentando la de inflación hasta el 19,2%. Fue esto una señal de alerta para Gobierno, que precisamente en ese mismo día ratificó su meta de inflación del 15%. En tanto que la apreciación del dólar por el aumento de las tasas de interés de referencia en EEUU en 25 puntos básicos del 1,5% al 1,75%, reactivó el laberinto en la fatídica primera semana de mayo, cuando el Banco Central subió los tipos de interés hasta el 40% para defender el cambio del peso frente al dólar. Y no solo esto, el ministro de Hacienda, Nicolás Dujovne, anunció la modificación de la meta de déficit desde el 3,2% al 2,7% del PIB, y confirmó la previsión del 15% de inflación. «Las metas de inflación no se van a cambiar y siguen siendo del 15% para el 2018, del 10% para el 2019 y del 5% para el 2020″, añadiendo que hay un fenómeno global de apreciación del dólar».
Este contexto hace que el laberinto sea cortoplacista y se apague o por el contrario, resurja con más fuerza y se extienda hacia una crisis más profunda, que haga inviable la entrada de capitales. Entonces, haría falta una mayor depreciación del tipo de cambio, mayor corrección fiscal, que por otra parte haría peligrar la agenda de reformas estructurales. Por tanto, si la restricción presupuestaria de la economía argentina es el déficit por cuenta corriente, ¿estará el resto del mundo dispuesto a financiarlo?
A todo esto, durante el año 2017 el comercio entre España y Argentina creció más de un 20%, y alcanzó los 2.873 millones de euros. Las exportaciones españolas se situaron en los 1.287 millones de euros, lo que supone un 51% más que el ejercicio anterior. Mientras que las importaciones crecieron un 3,7% respecto al ejercicio 2016, hasta los 1.586 millones de euros. El saldo comercial fue, por tanto, deficitario para España en casi 300 millones.
Así las cosas, las empresas españolas en el laberinto de la economía argentina, que por cierto siempre están con la mano tendida para colaborar y emprender operaciones y negocios, se encuentran al menos expectantes. No en vano, España es el primer inversor europeo y segundo mundial, tras EEUU, contando con una trayectoria sumamente importante. Durante el período 1993-2015 invirtieron 33.972 millones de euros, lo que da prueba del alcance y compromiso de las empresas españolas con Argentina.
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