Por Javier Hombría, profesor del Máster en Finanzas Corporativas de IEB.
En un momento en el que el capital privado tiene una capacidad de inversión tan importante (según el último informe de la consultora McKinsey, la inversión en mercados privados en 2021 fue de 1.1 billones de USD)1, ¿merece la pena salir a cotizar? Basándome en la experiencia reciente, mi respuesta afirmativa es rotunda: salir a cotizar supone una ventaja competitiva. Eso sí, como toda gran iniciativa empresarial, esta decisión exige un esfuerzo continuado en el tiempo y una idea clara de hacia dónde se quiere ir.
Resumamos lo que supone el proceso de cotizar. Hay dos modalidades principales, la Oferta Pública de Venta (OPV), y la Oferta Pública de Suscripción (OPS). No son excluyentes, y hay operaciones que combinan las dos. En la OPV un grupo de accionistas vende (en todo o en parte) sus acciones en la compañía, mientras que, en el caso de la OPS, se emiten acciones nuevas para dar entrada a nuevos inversores.
¿Por qué defiendo que el estar cotizado es una ventaja competitiva? Porque la compañía tiene acceso a una financiación de la que carecen sus competidores no cotizados. El rápido acceso al mercado de capitales, y la publicidad y transparencia que suponen estar cotizado, permite levantar grandes cantidades de capital en un corto período de tiempo, ofrecer acciones junto con efectivo en operaciones corporativas o motivar al equipo con planes de acciones.
No es coincidencia que de las diez compañías más grandes del mundo por ingresos, siete sean compañías cotizadas. Estas compañías aprovecharon la oportunidad que supone estar cotizado para acelerar su crecimiento e incrementar sus cuotas de mercado.
Entonces, ¿cuándo es el mejor momento para salir a cotizar? No hay una respuesta general correcta, ya que dependerá de los planes empresariales que se tengan. Si aun así hay que dar una respuesta, la más adecuada en mi opinión sería: “Hay que salir a cotizar antes de que sea necesario”. El proceso de cotizar exige una documentación legal y contable, una supervisión reglada y la búsqueda de los inversores adecuados. Todos estos procesos llevan tiempo, tiempo que no se puede acortar por mucho que queramos. Por eso, si el equipo directivo de la compañía tiene en mente cotizar como parte de su estrategia competitiva, cuanto antes empiece el proceso, mejor.
Desde un punto de vista estricto, preparar la documentación (la cual se resume en el prospectus) lleva aproximadamente tres meses, sin tener en cuenta que luego tiene que ser remitido al regulador para su revisión (cuya respuesta puede conllevar semanas e incluso meses). En esta primera etapa del proceso ya tenemos a tres tipos de asesores colaborando: auditores, abogados y banca de inversión.
Una vez se tiene el visto bueno del regulador, se inicia la fase de marketing que tiene lugar entre dos y tres meses antes de la salida a Bolsa y que se denomina pilot fishing. Una primera etapa tiene lugar cuando el equipo directivo, asesorado por la banca de inversión, busca inversores a largo plazo que inviertan cantidades importantes: son los denominados inversores-ancla. El lograr uno o varios de estos inversores es un enorme éxito, ya que es una señal al mercado de que hay una demanda segura por las acciones y que la historia de inversión es atractiva como para que estos inversores se comprometan públicamente a invertir a largo plazo.
En estas reuniones confidenciales se mide el atractivo de la emisión y se empieza a discutir la valoración. Evidentemente hay que encontrar un equilibrio entre conseguir la valoración más alta para la compañía, y un nivel que al mismo tiempo ofrezca a los inversores potencial de revalorización. En este punto, los analistas de la banca de inversión realizan informes explicando el negocio de la compañía, sus planes a futuro y la valoración.
Con base en estos informes y las reuniones con el equipo directivo, los inversores juzgan el atractivo de la empresa y deciden si invertir o no, cuántas acciones y a qué precio. A este proceso se le llama book-building, y tiene lugar unas dos semanas antes de la fecha de salida a Bolsa, y con el conjunto de esas órdenes se forma un rango de precios. El día anterior al estreno en el mercado bursátil, el equipo directivo con el asesoramiento de la banca de inversión decide a qué precio saldrá a cotizar la empresa y cuántas acciones se venderán a cada inversor.
Todo este proceso de salida a Bolsa, aun con toda la presión e intensidad que conlleva, es solo el primer paso. El ser una compañía cotizada exige que se cumplan una serie de requisitos de publicación de resultados y comunicación de hechos relevantes. Mi experiencia es que hay equipos directivos que tienen una política de mínimos, y otros que deciden invertir tiempo y dinero en ser proactivos: seguir buscando a los inversores adecuados, mantener actualizada y fácilmente accesible la información corporativa, y tener un equipo de relación con inversores al que da presupuesto y relevancia en su organigrama.
La segunda estrategia genera información muy valiosa para la compañía (gracias a la continua comunicación con la comunidad inversora): cómo evoluciona su valoración, qué opinan los inversores de su estrategia y cómo la comparan con sus competidores, si habría demanda en caso de ampliar capital… Aprovechar esa información da esa ventaja competitiva de la que hablaba al principio de este artículo y que explica la razón por la que las compañías más valoradas del mundo son compañías cotizadas.
Artículo extraído del informe ‘El trinomio de las finanzas corporativas’.
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