Por Diego Pitarch, profesor del MBA con especialización en Finanzas.
Decía D. Paul A. Samuelson que “La globalización supone un crecimiento económico sostenido. En caso contrario, el proceso pierde sus beneficios económicos y su apoyo político”. No podemos hablar de desglobalización total si no hemos llegado casi a controlar la globalización, no llegamos a la cúspide para ver el paisaje de la globalización, ni se si se puede hacer, pero desde luego, no hemos llegado a ese anhelo de los humanos. Han pasado más de 350 días desde que empezó el conflicto entre Rusia y Ucrania, aunque es verdad que podemos remontarnos a más tiempo, para ser exactos al 2014.
Hace poco más de un año y con una salida mundial del COVID-19, empieza en Europa un conflicto, en el que de facto entran todos los poderes principales del planeta, aunque China se ponga de lado y aunque no lo queramos admitir es una guerra global, por no decir mundial. Hasta aquí nada nuevo, pero ¿qué pasa con la economía?, ¿con la energía?, ¿con tantos elementos, como la política internacional, que afectan a nuestro día a día? Lo que sucede es que pasamos de una posición global a un interés local.
Analicemos por un momento la evolución de este año en el conflicto, todos se las prometían muy felices, todos parecían que estaban muy tranquilos por los acuerdos de abastecimiento energético de gas y petróleo, pero cuando se establecen apoyos y acuerdos en una dirección que no le gustan a quien te da energía, obviamente te corta el grifo o te pone otras condiciones, ¿o es que nadie pensó en lo que haría Rusia con su energía?
A raíz de esta situación, poco a poco, cada uno de los que en un principio iban en grupo, apoyando o como fuera, se han ido separando de esa unidad, hemos pasado de un modelo en el que todos parecían muy amigos, a que cada uno vele por sus intereses.
No es para acusar a unos o a otros de que son poco solidarios o no, es que se han dado cuenta, que cuando no hay una base de desarrollo común o si la hay, pero es muy débil, evidentemente cada uno piensa en la supervivencia de los suyos y hemos visto cómo los países que menos interés, bien fuera por motivos de inversión, minería, energía, etc en Ucrania, o simplemente por un aspecto de seguridad por cercanía al punto del conflicto, han ido desligando o liderando, dependiendo de cada interés particular, ese proyecto. Los que se han ido, se han ido de forma absoluta, pero sí hay ya muchas voces disonantes al apoyo.
Siguiendo con lo anterior, estamos ante una crisis energética sin precedentes. La dependencia de países terceros como Rusia era absoluta y no le dábamos mayor importancia por el fenómeno global, pero cuando la situación se ha “complicado”, hemos tenido que buscar soluciones a la situación.
A nosotros, desde España, nos afecta lo justo a nivel industrial, pero países como Alemania han tenido que buscar soluciones que no se pueden obtener de manera inmediata, haciendo virar las fuentes energéticas a otros países, que, sin acusar a nadie, digamos que pueden tener algún que otro interés en la venta de energía a Europa. Somos países, hoy por hoy dependientes de terceros por el modelo energético, productivo y social, nos hemos hecho rehenes de nuestra propia visión de la globalización.
Hemos llegado a un punto en el que los intereses individuales prevalecen a los globales dando un impulso a economías como la norteamericana en detrimento de otras economías como la europea. La dependencia energética europea de países terceros se ha hecho más que visible, preocupante y con una solución qué pasa por inversiones y gasto público, y un incremento en los costes operativos de las empresas que pueden hacerlas menos competitivas.
Estamos ante el incremento del sentimiento nacional en muchos países de la Unión Europea. Digo la Unión Europea por ser a los que más está golpeando el conflicto (aparte de los implicados directamente en él, obviamente). Este incremento de un pensamiento social, buscando lo cercano, velando por su economía, salvaguardando sus interés, no tiene otro motivo que lo que se ha perdido en muy poco tiempo, que es principalmente economía y bienestar. Desde hace algún tiempo, desde el COVID-19 las economías europeas, podría decir la global, pero voy a la europea, se ha resentido, haciendo que la clase media cada vez sea menor.
La clase media es quien sustenta el desarrollo económico y las ventas, y si hablamos de la globalización como un hecho económico general y global (valga la redundancia), esa economía empieza a desaparecer y el instinto de supervivencia general es la actuación local. Decía Don Antonio Cánovas del Castillo que “hasta la supervivencia de una banda de ladrones necesita lealtad recíproca” y nos encontramos ante una “banda” de países donde la lealtad es malentendida en muchas ocasiones, haciendo o favoreciendo la búsqueda de sus necesidades individuales.
La convicción del ser humano hacia su socialización, pasando entre otras cosas por su desarrollo económico, le lleva a pensar en la globalización en momentos de auge y prosperidad, pero el sentimiento de supervivencia le marca el camino contrario y así funciona el ser humano desde hace milenios, globalizando y des globalizando, plegando velas cuando le da miedo la tormenta.
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