Por Jesús Mardomingo, socio en Dentons España, director del Máster de Acceso a la Abogacía y director del Área de Sostenibilidad e Innovación.
Cada escuela de la filosofía del Derecho, desde el positivismo, pasando por las escuelas marxistas, hasta las teorías de Max Weber, incluso las civilistas de Castán Tobeñas —así me evidencio generacionalmente— siempre han construido su modelo jurídico ideal adaptado a su propia visión de la sociedad y en base a sus propias ideologías políticas y morales. Sin embargo, en todas las visiones prevalece un denominador común que permite concluir que el Derecho, en cualquier caso, regula la vida del hombre desde antes de su nacimiento y se extiende hasta después de su muerte. Dicho de otro modo, el Derecho es una exigencia de la sociabilidad humana pues un hombre absolutamente aislado de sus semejantes, no necesitaría del mismo.
Del mismo modo, abogacía, sociedad y empresa siempre han ido de la mano. De eso no cabe ninguna duda. A lo largo de la historia los abogados se han adaptado a las necesidades de los hombres y los negocios, evolucionado a su lado, y aportando soluciones jurídicas a los problemas de sus clientes.
Plenamente convencido de lo que acabo de escribir, y obsesionado en estos tiempos de análisis permanente de lo que nos puede deparar el futuro, hace unos días no pude evitar visitar con urgencia un documento muy promocionado en los medios nacionales titulado “España 2050 Fundamentos y propuestas para una Estrategia Nacional de Largo Plazo”. ¡Conocer cómo será la sociedad dentro de 30 años! ¡Justo lo que necesito para saber qué me demandarán los clientes del futuro!
Abriendo la primera página, una cita de Séneca me incentiva a seguir ojeando las ¡más de 600 páginas del documento! “Ningún viento será bueno para quien no sabe a qué puerto se encamina”.
Tras las citas, releo varias veces un párrafo de la carta del prólogo escrita por el responsable del proyecto que comienza afirmando que las «megatendencias que se desarrollarán en el futuro servirán como catalizadores del cambio». La redacción no me deja avanzar más. Mi mente me traslada sin remedio a títulos de películas de ciencia ficción que recurren a las paradojas temporales para dar consistencia a su hilo argumental. Y pienso también en los físicos que llevan cientos de años estudiando modelos matemáticos que persiguen explicar cuál es la naturaleza de las paradojas temporales y en qué circunstancias podrían evitarse.
El individuo y la sociedad, establecen nuevas relaciones que sólo el Derecho, y sus operadores, podrá regular
Aunque puedo compartir que los hombres de hoy —no solo los españoles—, reflexionan sobre tendencias y reformas en lo social, lo económico y lo medioambiental, ¿pensarán igual los humanos del 2050? ¿Y las profesiones jurídicas del 2050? ¿habrá abogados en 2050? ¿Seguirá ofreciendo el Ordenamiento jurídico soluciones a las cuestiones de actualidad en 2050? ¿Serán las mismas cuestiones las que preocupen a los humanos (y humanas) dentro de treinta años? ¿Viviré para contarlo?
¿Sueñan los Androides con ovejas eléctricas? es una novela corta de ciencia ficción del subgénero ciberpunk del autor Philip K. Dick publicada inicialmente en 1968 en la que se basó el director Ridley Scott para el rodaje de la película Blade Runner estrenada en 1982. Una obra calificada como una de las películas más influyentes de todos los tiempos por adelantarse en plantear temas y preocupaciones fundamentales para el siglo XXI. La acción transcurre en una versión distópica de la ciudad de Los Ángeles 37 años después de su estreno y el guion apunta cuestiones que también se recogen en el prólogo de España 2050 de las que, sin duda, hablamos hoy mucho los humanos de un planeta acelerado y en transformación. Incluso Blade Runner observa otras no contempladas por el citado documento como la fabricación de humanos artificiales que, además, viajan a «colonias del mundo exterior» de la Tierra, la movilidad, la expansión asiática, la función policial, la venta de inmuebles en el espacio…
Da vértigo pensar que tanto los temas de 1962, 1982, o 2021 tienen puntos comunes que han llegado a generar nuevos Derechos subjetivos, como el fundamental a tener un ADN propio e irrepetible o el Derecho a decidir ser informado o no de los resultados del examen genético o de sus consecuencias. O nuevas categorías jurídicas, como la responsabilidad penal de las personas jurídicas (casi un clásico). O nuevos discursos, como la revisión del papel de los animales en el Derecho.
A estas realidades a las que la Ley y la Justicia se enfrentan, habría que añadir muchas otras que ya se insinúan en la actualidad consecuencia del desarrollo del ecosistema digital que lo invade todo: privacidad, responsabilidad, seguridad, igualdad, personalidad, mercados y competencia, creatividad, o incluso salud.
El individuo y la sociedad, establecen nuevas relaciones que sólo el Derecho, y sus operadores, podrá regular. Las relaciones sociales son creadas o heredadas por las generaciones precedentes y, en este sentido, el Derecho puede cumplir un doble y diverso papel, servir como instrumento de creación de relaciones nuevas, o, por el contrario, se puede reducir a perpetuar las relaciones ya existentes.
En definitiva, parece que en estas fechas de reflexión sobre el futuro se manifiesta una adaptación de todos los jugadores (los stakeholders podríamos decir actualmente) a la nueva realidad de la sociedad que algún autor experto en Derecho financiero y, probablemente inspirado en la obra de Antonín Dvorak, ha llegado a bautizar como la nueva sinfonía de los mercados basada en dos notas, acentuadas por la nueva realidad covid-19, que marcan el futuro del mercado financiero y me atrevo a añadir que de todos los mercados: la sostenibilidad y la digitalización.
Dos conceptos que no estudié en la carrera —ahora se llama grado— y que no tengo claro si se enseñan efectivamente en las universidades de hoy. Una asignatura que bien podría llamarse Derecho de la Sociedad Digital y la Sostenibilidad que, atendiendo a los movimientos y agendas globales, marcará la tendencia de la humanidad, al menos, hasta 2030. Una asignatura y un nuevo campo legal que cambiará, si no lo está haciendo ya, las habilidades y conocimientos de los profesionales del mundo jurídico, y también de las empresas, principales clientes de los abogados que conozco.
Los abogados de hoy son un colectivo que ya viene marcado por una década de tendencias —»megatendencias» lo llaman algunos— que ponen encima de la mesa conceptos esenciales de los que puede partirse para un mejor entendimiento de la sociedad actual y una correcta interpretación de la Ley aplicable. Probablemente esas «megatendencias» apuntadas por el autor del informe España 2050 tampoco sean las únicas.
A las enunciadas en el estudio de lo que será nuestro país dentro de 30 años, habría que añadir los hitos que han marcado a los hombres durante la última década, y siguen marcando la actual de modo más universal: una economía en crisis y muy conectada globalmente, el aumento de la población (no solo el envejecimiento), el racismo sistémico, la discriminación de género —y de generaciones—, la igualdad de ingresos, la amenaza del estado de Derecho, o la realidad de un mapamundi cuyo centro se encuentra en el estrecho de Malaca, y no la Puerta del Sol como pareciera por la entradilla del telediario de la televisión pública.
¿Cómo será el mundo en 2050? Sólo el tiempo lo dirá, pero no hace falta una máquina del tiempo, ni sesudos informes para sentir que los abogados de hoy vivimos una tormenta de la profesión provocada, además de por las “megatendencias” generales, por las propias del sector influenciadas por cuestiones tales como el nacimiento de la inteligencia artificial, el creciente aumento de clientes que acuden a los llamados servicios legales alternativos, la competencia que generan las grandes consultoras (dicen que son 4, y grandes), o la mayor presión en precios derivada de la cultura del costcutting. Serían sólo algunos factores que aceleran y transforman al abogado que podemos tener en nuestras mentes y que, sin duda, podrán marcar su futuro inmediato. El del 2050… quién lo sabe. Pero de esto ya hablaremos otro día.
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