Por José María Viñals, director del Máster en Relaciones Internacionales de IEB.
El próximo 24 de febrero se cumplirá un año del inicio del mayor ataque militar convencional sufrido en suelo europeo desde las Guerras Yugoslavas: el conflicto entre Rusia y Ucrania. A finales de 2021, Rusia comenzó a desplegar recursos militares en el territorio fronterizo entre ambos países. El anuncio del inicio de la “Operación Militar Especial” supuso que las tropas rusas atravesasen la frontera, mientras se reportaban bombardeos en las principales ciudades ucranianas.
A la ofensiva dispuesta por Moscú hacia Ucrania, con el pretexto de anexionar a su territorio nacional las regiones de Donetsk y Luhansk, el presidente Zelenszky respondía ordenando una movilización militar general. Comenzaba así un conflicto que dura hasta hoy.
La relación entre ambos países se ha caracterizado por ser históricamente compleja. Tras las existentes tensiones entre ambas potencias debidas a la anexión de la península de Crimea al territorio ruso en 2014, la chispa que hizo estallar el conflicto fue una manifestación de interés por parte de Ucrania de integrarse en la OTAN. Este anuncio, junto con el de otros países europeos históricamente neutrales como Finlandia, supuso un presunto retorno a la dependencia de Estados Unidos y un acercamiento a la OTAN, frente al avance de una estrategia común de defensa europea de la que también pudiera participar Rusia.
Son muchos los expertos que han compartido su opinión sobre el trasfondo real del conflicto. Para algunos no estamos hablando de una guerra “entre Rusia y Ucrania sino entre Rusia y Estados Unidos”. En este sentido, la decisión de la paz corresponde realmente a Biden, cabeza visible de la OTAN, reduciendo la posición de Europa a un mero papel de acompañamiento. Otra corriente entiende que este conflicto se debe puramente a una revancha histórica, opinando que “en muchos sentidos, esta guerra es el choque entre dos relatos históricos incompatibles”.
Putin parece obcecado en continuar con un relato pasado que aún sigue marcando al pueblo ruso, identificado con un sentimiento histórico común de injusticia. Es desde esta narrativa que apela a sus combatientes, a quienes anima a seguir “luchando por lo mismo por lo que lucharon sus padres y abuelos… por la madre patria”. Sin embargo, con el conflicto en Ucrania enfrentarse a un país que ha dejado de comprender.
El ejército ruso ha pecado de arrogancia y exceso de confianza, basados en una credibilidad de guerras pasadas, por la que continúa pagando el precio de sus errores al comienzo del conflicto. El intento fallido de conquistar Kiev en las primeras semanas del conflicto, la retirada del frente norte por la incapacidad de tomar ciudades que se asumían ganadas, o la pérdida de territorios en las regiones recientemente anexionadas por parte de Rusia a manos del ejército ucraniano son sólo algunos de los acontecimientos sorprendentes del conflicto. La reputación y la moral de la que un día gozaba se ha visto comprometida y dañada irremediablemente.
Asimismo, las bajas en ambos bandos son mayores a las esperadas. En este contexto, Putin se ha visto obligado a cambiar en varias ocasiones a los responsables militares, evidenciando un giro de la dirección estratégica en Rusia que podría – o debería – preceder a otro más significativo en la manera de enfrentar el conflicto por parte del bando ruso.
Asimismo, el conflicto ha dejado patente la división geopolítica que marca las alianzas globales, despertando los dormidos fantasmas de tiempos pasados. Occidente condena la conducta de Rusia y, aun sin participar activamente en el conflicto militar, proporciona apoyo militar, económico y logístico a Ucrania. Sin embargo, los apoyos a Rusia no han sido tan firmes como el Kremlin esperaba. Aliados como China e India se han convertido en zonas grises con discursos variables que obedecen la protección de sus propios intereses.
Frente a esta irreconocible Rusia, encontramos una Ucrania que ha demostrado ser una nación dispuesta a todo por proteger su integridad territorial, libertad e independencia. Tras su lucha interna por encontrar y forjar su identidad nacional, no parece estar dispuesta a renunciar a ella.
Sin embargo, la reorganización y migración de sus ciudadanos, las bajas civiles y militares y la destrucción de gran parte de su infraestructura energética evidencian su latente necesidad de ayuda. De ahí que Zelensky haga constantes llamamientos para solicitar más armamento y financiación, sabiendo que Occidente acude a su plegaria. Así, recientemente la reunión entre generales americanos y ucranianos en territorio polaco evidencia una posible reorientación en la estrategia de la operación. Y es que la oportunidad que aprovechó Ucrania a finales de 2022, con una importante contraofensiva, concluyó con la reciente acometida rusa, igualando el marcador.
Más allá de las fronteras del conflicto, las repercusiones del mismo no han tardado en alcanzar nuestras fronteras, cumpliendo con su amenaza de sacudir diversos sectores de nuestra economía con efectos palpables en el día a día del ciudadano europeo. Las consecuencias de la firme y contundente respuesta europea se han visto materializadas como un arma de doble filo que dificulta la recuperación de la economía europea.
Actualmente la carencia más destacada se encuentra en el sector de la energía. Europa sigue dependiendo de Rusia para su abastecimiento de diésel. Pese a las sanciones impuestas por la Unión Europea, a finales de 2022 más del 44% de las importaciones de petróleo y sus productos derivados procedían de Rusia. En consecuencia, el conflicto ha derivado en una guerra de despachos.
La victoria ya no pertenece a los ejércitos, sino que el conflicto se ha convertido en un pulso de aguante y resiliencia entre las sociedades y los gobiernos de ambos bandos.
Estás en Inicio » Actualidad » Blog » El año que cambió el mundo