Por Javier Santacruz, economista y profesor del IEB.
Analizar las decisiones tomadas en los últimos días por las autoridades europeas, como mínimo, es redundante y aporta poco al debate de qué decisiones deben tomarse en los próximos tiempos. Sí es justo reconocer la posición que ha mantenido el alto representante para la política exterior europea, Josep Borrell, la cual no ha podido ser más clarividente y certera en torno a los movimientos que Rusia iba a hacer en las siguientes semanas y la necesidad de abrir el campo de batalla de la guerra financiera como forma de atacar el flanco más débil del régimen de Putin.
Sin embargo, para tomar un rumbo decidido y claro a medio y largo plazo, no es suficiente la política declarativa, sino que es necesaria una realpolitik contundente que devuelva el respeto que merece la Unión Europea en el actual desequilibrio geopolítico. Esto pasa necesariamente por fortalecer tres ámbitos de soberanía: el primero, la seguridad y la defensa, la cual depende enormemente de Estados Unidos. La segunda, la soberanía energética, en tanto en cuanto Europa necesita de importaciones masivas de productos energéticos básicos provenientes de declarados enemigos geopolíticos (como es Rusia) o potenciales enemigos de medio plazo. Y la tercera y última, la soberanía digital, cuyo grado de independencia es reducido con respecto a las big tech americanas y chinas.
Sobre el primer aspecto relativo a la seguridad y defensa, ya es tarde para esgrimir el discurso del objetivo del 2% del PIB de presupuesto de Defensa tal como establece el mandato de la OTAN. Es así porque el esfuerzo en construir una fuerza europea unitaria e independiente de EE UU no sólo consiste en mayor armamento, sino en fuertes inversiones en tecnología de defensa, ciberseguridad y otras herramientas digitales que permitan a Europa hacerse dueña de su defensa frente a las amenazas exteriores. En este sentido, según los últimos datos publicados, al cierre de 2020 se invirtieron 198.000 millones de euros en materia militar, un récord histórico. Sin embargo, sería necesario superar por entre 3 y 4 veces este récord para tener un presupuesto acorde con las exigencias actuales.
Pero muy especialmente es necesario invertir en instrumentos conjuntos, ya que el incremento presupuestario mencionado es país por país, no de manera conjunta. De hecho, la inversión en equipos de defensa conjuntos descendió un 13% en términos interanuales en 2020 según la Agencia de la Defensa Europea. En este momento, solo el 11% del gasto individual de los países en términos medios corresponde a un esfuerzo en coordinación con el resto de la Unión, cuando en 2017 se estableció como objetivo el 35%.
Por tanto, he aquí una importante decisión que, si se posterga a medio plazo, el coste puede volverse extraordinariamente alto, más aún dada la crisis de confianza de los países occidentales en Estados Unidos tras la caótica salida de Afganistán.
En segundo lugar, la soberanía energética es, probablemente, un punto más débil que la propia seguridad y defensa. Al igual que sucedió en la crisis de los setenta, la dependencia energética está por encima del 50% del consumo tanto de fuentes de energía primaria como secundaria. Es evidente el esfuerzo de la Unión Europea en transición energética y el incremento masivo de generación renovable, pero los últimos años han supuesto un revés para la construcción de la autonomía estratégica europea tras el cerrojazo al desarrollo nuclear en Centro Europa, a pesar de que en Francia sí se incremente la capacidad instalada, siendo esto no suficiente.
Por ello, se necesita un esfuerzo titánico en los próximos 2-3 años para terminar de construir infraestructuras de canalización, instalar parque de energía limpia (con la recuperación casi obligada de la nuclear) y ampliar la capacidad estratégica de almacenamiento para asegurar el suministro durante un tiempo prudencial. En un momento en que el gas se ha convertido en el nuevo petróleo en el siglo XXI, erigido como combustible fundamental de transición por parte de la UE en la nueva taxonomía de finanzas sostenibles, es la pieza con la que juega Rusia con sus enemigos geopolíticos. Dejará de jugar en el momento en que se diversifique de forma rápida con otras fuentes, pero para ello es necesario tener un sistema de infraestructuras previo suficiente y correctamente interconectado.
Por el momento, por la vía de los hechos, Rusia está haciendo valer su posición de dominio en el mercado global del gas natural, del cual es su segundo mayor productor global (17% del mercado mundial) y el principal exportador global (35% de su producción) hasta ahora fundamentalmente dirigidas hacia Europa (el 83% del gas se canaliza mediante gasoductos cuya mayor parte pasan por Ucrania). Tampoco es menor el peso de las exportaciones de petróleo ruso hacia Europa, un 53% de lo que Rusia exporta, siendo el segundo mayor exportador por detrás de Arabia Saudí.
Por último, el tercer ángulo que es la soberanía digital, exige volcarse en tecnologías, empresas y mercados propios que hagan a Europa menos dependiente de las big tech, las cuales ocupan más de la mitad del mercado europeo en segmentos como el comercio electrónico. Más allá de la tramitación legislativa de las Digital Acts que sirven como muro de contención de los gigantes tecnológicos, es necesario articular mercados competitivos y realzar las ventajas que en Europa existen con respecto a los bloques americano y chino.
En suma, la posición geopolítica de Europa depende de estos tres vectores. Cada día que pasa sin un plan claro a futuro y una orientación estratégica determinada, el coste se va haciendo cada vez mayor hasta que suponga una carga difícilmente soportable para las próximas generaciones. Esperemos no llegar a ese escenario.
Tribuna publicada en Cinco Días.
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