Por Javier Santacruz, economista y profesor del IEB.
Por principio económico básico, el ahorro nunca puede ser excesivo ante una situación de creciente endeudamiento tanto público como privado llegando al límite de su sostenibilidad a largo plazo. Sin duda, la escalada del ahorro familiar en las economías desarrolladas, y en particular en España, responde a un motivo precaución evidente que es cubrirse de los riesgos de una crisis que se prolongue más tiempo de lo esperado y para estar preparados ante situaciones probables de que los miembros de una familia pierdan su empleo o sus salarios se vean considerablemente reducidos.
Pero no sólo hay un motivo precaución presente. También se detecta de manera creciente una preocupación futura por la carrera de deuda en la que han entrado las economías, con unos tipos de interés nominales nulos o incluso negativos y con fenómenos acelerados de envejecimiento, despoblación de las zonas rurales y estancamiento de la productividad total de los factores. Esto constituye una espiral depresiva de la cual es necesario salir cuanto antes para evitar males mayores en la actual sociedad y, con ello, no abocar a un estancamiento permanente de las economías como sucedió en las últimas décadas a países como Italia o Portugal.
El ahorro es el motor de la inversión y ésta a su vez del crecimiento económico y la generación de empleo. Olvidar esta relación económica básica lleva a incurrir multitud de errores, agravando las crisis cíclicas y frenando el crecimiento estructural de las economías. Gracias a la generación de ahorro interno procedente de incrementos de la productividad, regulación pro-competitividad y ampliación de los mercados, España ha mantenido un ritmo de crecimiento extraordinario entre los años 2014 a 2019, destacando entre sus fortalezas competitivas algo que era impensable hasta antes de la crisis financiera de 2007-2008 como era crecer a tasas reales de PIB superiores al 3% con superávit en las cuentas exteriores. La tendencia histórica de recurrir a enormes déficits por cuenta corriente para financiar las fases de expansión de la economía se había afortunadamente quebrado.
Sin embargo, quedaban dos sectores institucionales de la economía española que apenas contribuían al esfuerzo de generación de ahorro de las empresas y del sector exterior español: las Administraciones Públicas y las familias. En el primer caso, las medidas de ajuste fiscal implementadas no lograron conseguir superávit primario (descontando los intereses de la deuda) y tampoco ahorro público (ingresos totales menos gastos corrientes), con lo cual siguió siendo un sector ‘consumidor neto’ de recursos, ayudado por la política monetaria de la Eurozona. Y en el segundo caso, se agravó el grave problema estructural del ahorro familiar: la tasa sobre renta bruta disponible llegó a su mínimo histórico.
Multitud de factores explican el problema crónico del ahorro familiar en España, siendo esta situación actual de rápida escalada según Contabilidad Nacional un espejismo. No puede hablarse sólo de que los salarios sean bajos, ya que cuando más crecían en términos agregados antes de la crisis de 2007, la tasa de ahorro familiar era la mínima histórica. Es un problema mucho más profundo, en el que se mezclan cuestiones como la productividad, la fiscalidad (en España se ‘premia’ el consumo mientras que se ‘castiga’ el ahorro), la falta de previsión a largo plazo por la preeminencia del Estado (especialmente en el capítulo de pensiones), la enorme propensión a comprar vivienda y de esta manera endeudarse en la mayor parte del ciclo vital, entre otros.
Por tanto, con estos elementos tanto coyunturales como estructurales, no puede decirse que el ahorro sea excesivo y ni mucho menos creer que sea perjudicial, sobre todo cuando se mezclan los conceptos de ahorro y liquidez. Es un grave error confundir ahorro con liquidez. Es evidente que la liquidez sobra todos los días en las economías europeas. En concreto, en el Eurosistema el exceso de liquidez se ha duplicado en medio año hasta alcanzar los 3,18 billones de euros, una cifra histórica. Éste es uno de los frutos perversos de la política monetaria del Banco Central Europeo (BCE), el cual continúa subvencionando los costes de financiación de los Estados europeos y, con ello, tolerando que la deuda crezca sin control sin preguntarse si ésta es productiva o terminará siendo una enorme rémora para el crecimiento futuro. Eso, sin duda, no es ahorro. Es liquidez. Y la liquidez debe ser drenada para ajustar la oferta monetaria a lo que verdaderamente necesita la economía.
Antes de la crisis COVID-19, el indicador que nos alertaba de hasta qué punto estamos adulterando el precio del dinero era la estimación de la Regla de Taylor para la Eurozona, con la cual la mayor parte de los países puede verse que necesitan tipos de interés reales por encima del 1% cuando el tipo de interés real está en negativo. Si no adoptamos medidas que ajusten las valoraciones del dinero y ordenamos el mercado monetario, pagaremos caro a largo plazo tal adulteración y ahí sí que se producirá la japonización de Europa.
Tribuna publicada en Funds People.
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