Al cabo de más de 8 años de crisis económicas y financieras parece que la densa niebla se diluye y comenzamos a ver un atisbo de luz prometedor. Sin embargo, después de tantos años de convivir con la incertidumbre y la volatilidad en los mercados, es casi hasta normal buscar fantasmas donde probablemente no los haya. Lo cierto es que el apuntalamiento de las economías desarrolladas, que experimentaron una ralentización de su crecimiento los últimos años, fue principalmente por el activismo de una política monetaria no convencional, que probablemente nos haya abierto otra fuente de creación de burbujas que podrían ser nuestro talón de Aquiles en el futuro. A pesar de que las economías desarrolladas han sido las que más han sufrido los efectos de la crisis, lo cierto es que hoy por hoy existen pocas dudas sobre su recuperación. Estados Unidos, ha logrado disminuir sus parados aproximándose a niveles de pleno empleo, lo que le ha permitido dinamizar su consumo, principal motor de su crecimiento.
Esta mejora –y a pesar de que la inflación sigue contenida– ha presionado a la Reserva Federal (FED) a iniciar el proceso de normalización de tipos de interés y a plantearse la estrategia para reducir su balance. Por su parte, tanto la Eurozona como Japón, mediante sus bancos centrales, han implementado programas de compra de activos (QE) y tipos de interés negativos para la retribución de los depósitos de los bancos comerciales, lo que ha supuesto una importante inyección de dinero a sus economías y ha reanimado el crecimiento. Llegados a este punto, no es de extrañar que corran las apuestas para ver cuando el Banco Central Europeo y el Banco de Japón se plantean una disminución gradual de los estímulos monetarios.
Las dudas se ciernen sobre el futuro de las economías emergentes, que a pesar de los raspones parecen haber resistido bien el vendaval. El primer episodio, en abril de 2013, que la FED concluyera su QE en lo que se denominó “taper tantrum” supuso un freno a la financiación de activos emergentes y el inicio de una reversión de la inversión que por tantos años fue el viento de cola para estas economías. El impacto se sintió en un aumento de los tipos de interés y por tanto en un encarecimiento de su financiación con una presión depreciatoria sobre sus monedas. El segundo episodio comenzó a finales de 2014 con la caída de los precios del petróleo que afectó a la cotización de todas las materias primas.
«Las dudas se ciernen sobre el futuro de las economías emergentes, que a pesar de los raspones parecen haber resistido bien el vendaval»
La irrupción de la producción de petróleo en EE.UU. con una nueva tecnología denominada fraking (ruptura hidráulica) y la falta de acuerdo de los países miembros de la OPEP por controlar su producción llevó al mercado a un sobreabastecimiento de petróleo en el mercado. La caída de los precios de las materias primas impactó en gran parte de las economías emergentes exportadoras de commodities que vieron debilitarse sus finanzas fiscales agravando aún más su deteriorada economía.
El tercer episodio se activó a mediados de 2015, cuando la bolsa de China caía estrepitosamente y daba claras señales de la burbuja que se había creado en algunos activos y que se había avivado por la facilidad de acceso al crédito. El Banco Popular de China reaccionó realizando la mayor devaluación del Renminbi en dos décadas, el objetivo estaba claro, estimular su sector exportador y frenar de alguna manera la caída en picado de sus fuertes reservas internacionales.
La tempestad parece haber amainado, los precios de las materias primas han mejorado, las economías emergentes parecen haber corregido sus desequilibrios, los desarrollados se encuentran en fase de recuperación y China parece gozar nuevamente de la credibilidad de los mercados. Sin embargo, a diferencia de lo que está ocurriendo en la mayoría de los países emergentes, el endeudamiento de la economía de China supone un 248% de su PIB, esto es especialmente preocupante cuando vemos que en 2008 este endeudamiento era el 148%. El aumento de un 100% de su PIB es equivalente a decir que en un año en el período 2008-2016 han crecido solo por la mayor deuda contraída. Esto no sería un problema si estamos seguros de que esta inversión será rentable, pero ¿estamos seguros?
«Siempre corremos el riesgo de ser alarmistas cuando los verdaderos riesgos están en la política»
De momento la baja de rating a la deuda de largo plazo de China por parte de Moodys en mayo es una certificación de esta preocupación. Una crisis financiera en China sería el corolario a una saga de episodios de crisis digna de guión de Netflix. Aunque siempre corremos el riesgo de ser alarmistas cuando los verdaderos riesgos están en la política. El brexit en Reino Unido, las elecciones en Estados Unidos, la inestabilidad en Oriente Medio, los casos de corrupción de Odebrecht en Latinoamérica y el terrorismo están demostrando ser muy efectivos de cara a generar incertidumbre en los mercados.
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