Por Aurelio García del Barrio, director del Global MBA con especialización en Finanzas.
La pandemia, las tensiones en la cadena de suministro y los fenómenos climáticos son disrupciones convergentes que han disparado los precios de los alimentos. A estas circunstancias hay que sumar la invasión rusa a Ucrania, una de las seis regiones granero del mundo, que ha puesto al sistema alimentario al borde de una crisis global. Una situación agravada también por el shock energético. Además, la cadena de valor agrícola es más compleja que otras cadenas de suministro porque hay unas ventanas específicas para preparar el campo, sembrar y cosechar.
En el sistema alimentario mundial, los anteriores escenarios de oferta y demanda estaban codificados, principalmente, en torno al clima y a otros acontecimientos relacionados con el suministro. La pandemia global ha puesto claramente a prueba, y en muchos casos ha demostrado, la resiliencia del sistema alimentario. Ahora nos encontramos en una situación inimaginable: una guerra de gran envergadura en Europa; en un centro de suministro de alimentos tan crítico, sobre todo en lo que se refiere al trigo y a los fertilizantes, como es el Mar Negro.
Las exportaciones ucranianas de grano y de semillas oleaginosas prácticamente se han detenido y las rusas están seriamente amenazadas. El precio del trigo, que se ha disparado un 53% desde el inicio de este año, volvió a subir un 6% el pasado mayo después de que India suspendiese exportaciones por culpa de una ola de calor. Todo esto nos deja al borde de una crisis alimentaria sin precedentes.
La ampliamente aceptada idea de una crisis del coste de la vida no alcanza a vislumbrar las consecuencias de la potencial crisis alimentaria. Rusia y Ucrania suministran el 28% del total del trigo comercializado a nivel mundial, el 29% de la cebada, el 15% del maíz y el 75% del aceite de girasol. La guerra está interrumpiendo el suministro principalmente debido a que Ucrania ha minado sus aguas para impedir un asalto por mar y Rusia está bloqueando el puerto de Odesa.
Ya antes de la invasión, el Programa Mundial de Alimentos había advertido que 2022 sería un año terrible. China, el mayor productor mundial de trigo, anunció que tras las lluvias que retrasaron la siembra el año pasado, esta cosecha podría ser la peor de su historia. A esto se suman ahora las mencionadas temperaturas extremas en India, el segundo productor mundial, y la falta de lluvias, que amenazan con mermar los rendimientos de otras zonas productoras de grano, como el cinturón de trigo de EE.UU., la región de Beauce en Francia o el Cuerno de África, que está viviendo una de las mayores sequías en cuatro décadas.
Los que más acusarán estos problemas serán los países con menos recursos. Los hogares en economías emergentes gastan el 25% de su presupuesto en alimentación y en el África subsahariana esta cifra llega al 40%. En muchos países importadores los gobiernos no pueden permitirse subsidios ni ayudas a la población más pobre, especialmente si también importan energía, otro de los mercados alterados.
Márgenes estrechos
Pese al alza en los precios del grano, los granjeros del resto del mundo no van a poder cubrir el déficit porque los precios son volátiles y, lo que es más preocupante, porque los márgenes de beneficios se están estrechando por culpa de la subida de los precios de los fertilizantes (exportación rusa) y de la energía. Estos son los principales costes de los granjeros y ambos mercados se encuentran alterados por las sanciones y por la lucha por el gas natural. Si los granjeros reducen el uso de los fertilizantes, los rendimientos de los cultivos serán más bajos en el peor momento posible, incrementándose el riesgo de que se produzca una crisis alimentaria importante.
Un alivio inmediato llegaría si se rompe el bloqueo en el Mar Negro. Aproximadamente 25 millones de toneladas de maíz y trigo, que equivalen al consumo anual de todas las economías menos desarrolladas, están atrapados en Ucrania. La liberación de estas toneladas implica a tres países: Rusia tiene que permitir a Ucrania el envío; Ucrania tiene que desminar el acceso a Odesa; y Turquía tiene que permitir escoltas navales por el Bósforo.
La negociación debería implicar a países como India y China que se han mantenido fuera del conflicto. Recordemos que estamos ante una crisis alimentaria única que, sin duda, requiere de diplomacia internacional. Desde el punto de vista de la inflación de los precios y de los costes, hay algunos patrones similares en comparación con los precios de los productos básicos agrícolas y de los fertilizantes de hace ahora una década: combinamos no solo un shock de productos básicos como el que tuvimos en 2008, sino también un choque de insumos.
En América Latina, los precios de los alimentos han aumentado entre un 8% y un 13%. Además, la guerra ha llevado a que el coste de los fertilizantes elaborados en Rusia y Bielorrusia, y popularmente comercializados en la región, hayan aumentado sus precios en un 300%, lo que dificulta aún más la producción de alimentos.
Alarma máxima
En África, principalmente en su parte occidental, en los últimos cinco años los precios de los alimentos han aumentado entre un 20% y un 30%. Mientras que las reservas de alimentos en el Sahel están disminuyendo, la crisis en Ucrania está exacerbando peligrosamente la situación. Burkina Faso y Togo importan al menos el 30% de su trigo de Rusia, mientras que Senegal, Liberia, Benín y Mauritania importan más del 50% de su trigo principalmente de Rusia, pero también de Ucrania (para Senegal).
Asia es uno de los continentes más relacionados con la crisis alimentaria global, tanto desde el lado de la demanda como el de la oferta. Menos cultivos, mayores costes y la producción de los biocombustibles son las causas de la crisis. La urgencia de abastecimiento de productos de primera necesidad a precios desbocados somete a economías emergentes y en desarrollo de África, América Latina y Asia a riesgos de suspensión de pagos de sus deudas.
La alarma es máxima, toda vez que desde el Kremlin se incide en que no facilitarán el restablecimiento del flujo mercantil de alimentos desde los puertos del Mar Negro, lo que deteriorará más los cortes de suministro y retrasos de entrega. A esto hay que añadir que efectos climáticos como temperaturas extremas o lluvias torrenciales que se suceden en áreas de recolección como las Grandes Llanuras de Norteamérica o el Cuerno de África han provocado disrupciones en otros dos de los principales focos productivos agroalimentarios.
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