Por Alberto Moreno de Tejada, Subdirector del Programa Directivo Inclusive Responsible Banking
La mejor manera de evaluar el impacto moral de la crisis financiera 2007-2008 en los bancos es fijarnos en los cambios producidos en la definición de sus principios recogidos en el propósito, misión y visión corporativa. Mientras en los modelos pre-crisis era perfectamente legítimo definir la misión de un banco en términos de generación de valor al accionista, actualmente la mayoría de los bancos cotizados emplean un muy diferente concepto de creación de valor sustentado en unos principios corporativos que determinan el modelo de banco y que orientan, al mismo tiempo, sobre el modo de cómo hacer banca.
El propósito de un banco o su razón de ser se define en la actualidad en términos de servicio a la ciudadanía, a la comunidad o a los accionistas. En este nuevo modelo de negocio los principios se integran en la estrategia del banco existiendo coherencia y unicidad entre el Purpose, la Estrategia y la Cultura corporativa. Hoy en la banca no se discute qué queremos ser sino cómo serlo, cómo construir una cultura responsable. Las tres etapas fundamentales en el proceso de creación de una cultura responsable son: convicción con los principios, compromiso con la estrategia y acción con los clientes.
La creación de valor compartido en un banco exige una transformación interna y externa hacia un modelo de organización y funcionamiento de responsabilidad compartida. Pero si algo nos han enseñado los diferentes escándalos corporativos de los últimos años, es que la cultura corporativa dista mucho de ser la cultura real de la organización. No basta con elaborar extensos documentos programáticos que definan el ideario de un banco o empresa, se necesita que todos los empleados entiendan, compartan y, finalmente, actúen de acuerdo con esos valores.
La distancia existente en un banco entre la cultura corporativa y la cultura real va a determinar el nivel de riesgo de conducta al que el banco está expuesto. El elevado coste de conducta que los bancos están asumiendo en cada ejercicio por el mal comportamiento y las malas prácticas de sus empleados es un indicador objetivo de la brecha existente entre ambas culturas. En el año 2014 se calcula que el coste de conducta, incluidas provisiones, de todos los bancos superó los 100.000 millones de euros, una cifra similar a la del año 2013 (CCP Research Foundation, 2015). El riesgo de conducta se define como el riesgo de que los empleados actúen sin profesionalidad, sin ética o ilegalmente.
El riesgo de conducta es un riesgo de cultura, de desarrollar una cultura organizativa que en poco o nada tiene que ver con el modelo de cultura responsable que se exige a un banco especialmente a un banco sistémico. La evaluación del riesgo de cultura de un banco se ha convertido en una prioridad tanto para los reguladores como para los propios bancos. El Financial Stability Board elaboró en 2014 una guía para evaluar el riesgo de cultura. La EBA ha recomendado a los bancos “que integren mejor la preocupación por la conducta profesional en los procedimientos de gobernanza y gestión de riesgo”. En general, se percibe tanto a nivel interno como externo, la falta de una definición clara sobre lo que es el riesgo de conducta y medidas eficaces para prevenirlo.
El caso reciente de Wells Fargo (septiembre 2016) nos ha enseñado que el riesgo por mala conducta (Conduct Risk) en la banca continúa siendo hoy muy elevado. Más de 5.300 empleados fueron despedidos en los últimos meses por abrir cuentas secretas a clientes sin autorización para cumplir objetivos comerciales y cobrar un bonus. El banco ha tenido que pagar una sanción de 180 millones de dólares, pero el daño a su reputación, uno de los bancos tradicionalmente más responsable de EE.UU., ha sido mucho mayor.
El que había sido el CEO del banco durante tantos años, John Stempf, se vio forzado a dimitir a las pocas semanas de conocerse el escándalo, y ocho meses después el banco continúa enfrentándose a diferentes demandas y está sometido a varias investigaciones por la conducta de sus empleados. Uno de los factores determinantes para mitigar este riesgo de conducta en la banca es educar a la plantilla en los valores del banco, en su cultura (Roldán, 2015).
Los profesionales de las finanzas son el stakeholder clave en la efectiva adopción de unos estándares profesionales que permitan implementar los valores deseados de responsabilidad y sostenibilidad. Más de 250.000 banqueros han conseguido obtener el Estándar Profesional Fundamental promovido por los grandes bancos británicos desde el año 2011 (CB:PSB, 2015). La asociación bancaria holandesa aprobó un código de conducta del empleado bancario que exige un juramento por su parte que origina una serie de consecuencias en caso de incumplimiento. Los programas de formación en banca responsable permiten aprehender y socializar los valores y los estándares de conducta por parte de los empleados, contribuyen a crear una cultura organizativa alineada con la estrategia del banco y facilitan la correcta resolución de conflictos de interés por parte de los profesionales. “No se trata de hacer lo correcto sólo por una cuestión moral, sino porque va en el propio interés del banco, que se juega en este terreno de la ética y la cultura su supervivencia en el medio plazo” (Roldán, 2015).
Pie de foto: un ex-empleado de Lehman Brothers abandona la oficina tras la quiebra de la entidad
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