Por Aurelio García del Barrio, director del MBA con especialización en Finanzas.
Los cuatro años de mandato de Trump han marcado una polarización de la sociedad americana, y no podemos olvidar que casi la mitad del electorado de Estados Unidos es fiel seguidor de su populismo nacionalista. Por eso, el escenario social que enfrentará Biden representa uno de sus principales desafíos, una sociedad profundamente fragmentada, reflejo de otra división, la política. Ahora, Estados Unidos es un país marcado por una grieta social y política y Biden llega a la Casa Blanca con la promesa de recuperar el alma americana.
Biden tiene ya claras las primeras medidas que adoptará tan pronto tome posesión: Un proyecto de Ley para regularizar el estado migratorio de cerca de 11 millones de indocumentados, decretos para revertir los vetos de viaje hacia países de mayoría musulmana y regresar a Estados Unidos al Acuerdo Climático de París, entre otros.
En lo referente a la pandemia, está previsto el decreto de la obligatoriedad del uso de mascarillas en propiedades federales y viajes interestatales e impulsará un plan para vacunar a 100 millones de personas en sus primeros cien días de Gobierno. También ordenará una extensión de las prohibiciones a nivel nacional de desalojos y ejecuciones hipotecarias y una prolongación a la moratoria de los pagos de préstamos estudiantiles.
El escenario social que enfrentará Biden representa uno de sus principales desafíos, una sociedad profundamente fragmentada, reflejo de otra división, la política.
Desde el punto de vista económico, con millones de desempleados y una pandemia asfixiante, la mayor economía del mundo pide frenar su desaceleración, mientras Biden promete estímulos económicos, aumento de inversiones en energías renovables y dar un giro al plan fiscal de Donald Trump, para ello se ampara en una persona de reconocido prestigio como es Janet Yellen, la ex Presidenta de la Reserva Federal.
Biden ya ha anunciado un paquete de ayuda económica valorado en 1,9 billones de dólares para hacer frente a la crisis económica provocada por la pandemia del coronavirus y prevé la creación de 18 millones de puestos de trabajo. Dentro de ese plan se contemplan unos 400.000 millones de dólares para la creación de un programa nacional de vacunación, con el que se espera alcanzar a unos 50 millones de personas, y a la reapertura de colegios y centros educativos durante sus primeros 100 días en el Despacho Oval.
Además, se destinarán unos 344.000 millones de dólares para gobiernos locales y estatales, mientras que el resto del dinero, un billón de dólares irá directamente al bolsillo de los ciudadanos estadounidenses afectados por la crisis. Entre las principales medidas del plan están: Pagos directos a las familias de 1.400 dólares, frente a los 600 anteriores, ayudas al desempleo por 400 dólares a la semana serán prorrogadas hasta septiembre, 350.000 millones de ayudas a gobiernos estatales y locales. Además de una subida del salario mínimo hasta los 15 dólares la hora, 130.000 millones para la reapertura de escuelas, 160.000 millones para un programa nacional de vacunación y rastreo, 30.000 millones de ayudas a pequeños arrendadores, 25.000 millones para servicios de cuidado infantil, aumento de las ayudas alimentarias, de las deducciones por hijo y mejores condiciones para las excedencias por cuidados médicos.
Otro aspecto importante es la reforma fiscal; Biden se ha trazado un objetivo, poner fin a las ventajas fiscales de las grandes corporaciones y los más pudientes. Para hacer esto posible, Biden ha propuesto revertir en parte la reforma fiscal de Donald Trump y elevar en siete puntos porcentuales, hasta el 28%, el impuesto sobre sociedades, sin alcanzar el tipo del 35% que había en el mandato de Barack Obama. Solo con esta subida, Estados Unidos sumaría 1.400 millones de dólares a su recaudación. Pero la mayor partida provendría de las subidas en el impuesto de la renta para aquellas personas que ganen más de 400.000 dólares anuales, cuyos tributos generarían unos 758.000 millones de dólares extra. También incluye el aumento de la carga impositiva en las herencias, un apartado con el que se ingresarían unos 218.000 millones de dólares.
En cualquier caso, seguirá siendo difícil lograr una reforma fiscal significativa con una Cámara Alta dividida. Además, con la reciente aprobación del plan de estímulos fiscales, Biden llega a la Casa Blanca con una deuda pública que ya alcanza los 27,5 billones de dólares y multitud de voces instan a retrasar la aplicación inmediata de las medidas fiscales.
En este escenario, cara al 2021, la recuperación en “V” continúa vigente para Estados Unidos. El PIB de EEUU se ha contraído un 3,4% en 2020, pero repuntará un 4% este año. En cuanto a la inflación, el objetivo de recuperar los niveles pre-pandemia (+2,3% en febrero) se complica por el elevado nivel de desempleo y el impacto duradero de las disrupciones en partidas como alquileres y otros servicios. Las perspectivas de presión de los precios se mantienen muy moderadas en un contexto de fragilidad e incertidumbre.
En este entorno la Fed mantiene su postura ultra acomodaticia y ancla la perspectiva de tipos de interés muy bajos por un periodo de tiempo muy prolongado. La estimación para 2021 es una inflación de 1,7% y el tipo de cambio Euro/Dólar será de 1,18 en 2021.
Finalmente, sobre el Comercio Internacional, se espera un gabinete que regrese al multilateralismo, volverá a habitar la Casa Blanca un presidente que considere la Unión Europea como una aliada geopolítica y no como una rival comercial, y que tenga la intención de rescatar el multilateralismo mediante una nueva alianza de democracias, que tendrá como objetivo implícito acorralar a China. El Estados Unidos de Biden seguirá obsesionado por el auge de China, y continuarían intentando un desacoplamiento de ambas economías, sobre todo en los temas tecnológicos. Y eso supone que los conflictos comerciales (y monetarios) entre ambos persistirán.
Tribuna publicada en El Economista.
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