Las guerras comerciales son pésimas

guerras comerciales

Por Miguel Ángel Bernal, profesor y coordinador del Departamento de Investigación del IEB.

Déjenme que les hable de Spartanburg en Carolina del Sur. En esta ciudad al norte del Estado se encuentra una empresa automovilística de ensamblaje, si bien realiza otras actividades. La planta de Spartanburg tiene la característica de producir más coches americanos para importar al extranjero que los que vende dentro del mercado americano. Esa planta produce coches de alta gama y con un importantísimo nivel de valoración, no compiten en término de precios y probablemente tiene la más alta valoración entre los consumidores de un coche ensamblado en América. Su influencia en el deficitario saldo de la deficitaria balanza comercial americana es muy positivo. Los vehículos tienen fama mundial, son buscados por consumidores de alto poder adquisitivo, son los modelos: X3, X4, X5, X6 y, en el futuro, X7. Anteriormente se fabricaban otros dos modelos carismáticos el Z3 y el Z4, ambos de gran éxito comercial. Sí, la planta de Spartanburg pertenece a la multinacional alemana BMW. ¿Dudamos del efecto positivo para la economía americana de BMW? ¿Dudamos del beneficio de la internacionalización económica?

En Carolina del Sur, en esta planta, la empresa alemana fabrica casi el 20% de sus coches. Para BMW es sin lugar a dudas una de las plantas más importantes, si no la más importante del grupo, pero es que para el condado de Spartanburg es una bendición, igual que lo es para la economía de la pujante Carolina del Sur. BMW se instaló allí en 1992, da trabajo de forma directa en la actualidad a 8.800 personas, con un perfil de alta cualificación, trabajo estable y bien remunerado. Alrededor ha surgido una red de tejido empresarial, que provee de componentes y servicios auxiliares.

Todo lo anterior debe ser desconocido para la administración Trump, especialmente para Wilbur Ross, su secretario de comercio, así como para Peter Navarro, asesor presidencial en te-mas comerciales. Desde luego, sí lo es para Gary Cohn, hasta hace poco máximo asesor económico del presidente. Esta misma semana dimitía; la razón es la imposición de aranceles, 25% al acero y 10% al aluminio. Una imposición arancelaria que se añade a la impuesta anteriormente a lavadoras y panales solares.

Son pésimas noticias las que llegan desde América, como no podía ser de otra forma. Igual que en 1930 con la imposición arancelaria, Ley Smoot-Hawley, el resto de los países y bloques ha comenzado a moverse en el mismo sentido, afortunadamente con mucho tiento y mano derecha. Presidente Trump, las guerras comerciales son pésimas, no las gana nadie. Alguien debería explicarle, si no las conoce usted, las consecuencias que tuvieron aquellas nefastas medidas. Medidas proteccionistas americanas para granjeros, principalmente, y que se añadieron al proteccionismo de la Ley Fordney-McCumber. Aquellos aranceles fueron rechazados, en su mo- mento, por todos los economistas, aun así, fueron aprobados. También lo rechazaron los miembros más comedidos y con mejor visión económica del Partido Republicano, tal y como ahora ocurre, lo que es la historia… Las cargas a la importación no solo no ayudaron a los granjeros norteamericanos pues el resto de países adoptó medidas similares. Aquel cúmulo de proteccionismo llevó a una caída del 66% del comercio mundial durante el periodo comprendido entre 1929 y 1934. Las medidas finalizaron con la Ley de Acuerdos Comerciales Recíprocos en 1934, durante el mandato de Roosevelt. Como muy tristemente sabemos, no conocer la historia lleva a repetir errores, siempre con consecuencias desastrosas.

El proteccionismo es una mala decisión, además el ciudadano americano va a salir perjudicado, todos los ciudadanos. Lo va a ser porque la imposición de estas tasas arancelarias hará que el precio de acero y aluminio, materia prima indispensable en el mundo actual, eleve su precio. Esta elevación de una materia prima básica añadirá presiones sobre el IPC americano, presiones en un momento de elevación de tipos. Una mayor elevación de tipos, no es la mejor noticia para una economía hiperendeudada. Además, puede ser, como está ocurriendo, que haga que el dólar se aprecie y por tanto la economía norteamericana se vea afectada por una menor competitividad por el efecto de la apreciación de su tipo de cambio. Además, puede poner en peligro el pago de la deuda contraída en dólares por parte de los países iberoamericanos, a los cuales les han llegado muchos dólares vía préstamos del aumento del balance de la Fed. Sería tremendo para las empresas americanas que la financiación se encarezca para ellas más, por elevación de las tasas de default.

En el mundo actual ninguna empresa multinacional es ya de un país, sino que rompe fronteras, como es el caso de BMW y Spartanburg. Las tasas arancelarias rompen los principios económicos. La medida va en contra de sus aliados, de sus socios, algunos de su máxima confianza. El país que más acero exporta a EEUU no es China, su décimo exportador en este producto, es Canadá. Qué acertada la frase con pregunta de Draghi: «Si pones aranceles a tus aliados, ¿quiénes son tus enemigos?» Algunos nos preguntamos si esta medida se toma en clave económica o bien por el delicado momento personal que rodea desde el inicio de su campaña presidencial y acompaña al actual presidente Trump.

 

Tribuna publicada en El Economista