Por Paul Moran, Director del Centre of European Union Studies y profesor del Master in International Finance.
Después de la caída del Muro de Berlín en noviembre de 1989, Alemania Occidental tomó la histórica decisión de reunirse con Alemania Oriental, pero el canciller Helmut Kohl subestimó los costos y las dificultades de la reunificación. Después de la unificación, el desempleo se disparó en Alemania Oriental. Casi el 80 por ciento de los alemanes orientales perdieron sus trabajos de forma temporal o permanente a principios de la década de 1990. El precio de la transición del comunismo al capitalismo en Alemania del Este fue una generación perdida de trabajadores.
Durante este período de transición, Alemania se convirtió en el “enfermo de Europa”. El gobierno alemán rompió continuamente el Pacto Europeo de Estabilidad y Crecimiento para estimular la economía. El déficit fiscal fue superior al 3% durante cuatro años consecutivos de 2002 a 2005. Los socios europeos de Alemania acordaron reformar el pacto y no penalizar a Alemania por sus excesivos gastos fiscales.
Después de que el partido demócrata cristiano de Kohl perdiera las elecciones, el canciller Gerhard Schroder dirigió un gobierno de colación entre el partido socialdemócrata y el partido verde. Contrariamente a las promesas electorales de aumentar el crecimiento económico y mejorar el sistema de bienestar social de Alemania, Schroder adoptó políticas de mercado liberales. El primer ministro Tony Blair y Schroder elaboraron un manifiesto, titulado “Europa: la tercera vía” para reestructurar la economía y hacer frente a los desafíos de la globalización.
Schroder introdujo las famosas reformas Hartz que reducen el bienestar social y flexibilizan los mercados laborales. El concepto de “mini trabajos” (contratos basura) nació en Alemania y se extendió por Europa. Esto condujo al declive de los partidos socialdemócratas en Europa y al eventual surgimiento de un nuevo partido de extrema izquierda, Die Linke.
Debido al desorden político del SDP, Ángela Merkel ganó las elecciones en 2005 y se convirtió en la primera mujer en ser elegida canciller y la primera canciller de Alemania del Este. En las elecciones federales de 2009, la CDU obtuvo la mayor parte de los votos y Merkel formó un gobierno de coalición con el Partido Democrático Libre (FDP). Esta coalición de derecha se centró en mejorar las exportaciones de Alemania al resto del mundo, especialmente a China.
Desde 2005, Merkel ha sobrevivido a cuatro presidentes de Estados Unidos y Francia, cinco primeros ministros del Reino Unido y nueve primeros ministros italianos. El producto interno bruto alemán per cápita ha aumentado dos veces más rápido que en el Reino Unido, Canadá, Japón y Francia. Alemania ha pasado de ser el “hombre enfermo de Europa” a ser un país muy rico y una democracia estable. En comparación con los líderes de las principales economías, Merkel tiene un índice de popularidad del 80%.
La popularidad de Merkel se debe en parte a sus habilidades para el manejo de crisis. En la crisis financiera de 2008, rescató a los bancos alemanes. En la crisis de la deuda soberana de 2010, mantuvo a Grecia en la zona euro. En 2012, apoyó a Mario Draghi para que hiciera “lo que sea necesario” para apoyar la integridad del euro. En 2015, resolvió la crisis de los inmigrantes sirios argumentando que el “derecho fundamental a buscar refugio … del infierno de la guerra no tiene límites”. En la crisis del COVID, Merkel apoyó a la Comisión Europea para recaudar fondos y distribuirlos a los países más afectados por el virus.
Después de 16 años de Merkel, los votantes alemanes tendrán que elegir nuevo candidato a canciller. El modelo alemán de dos partidos dominantes, la CDU y el SPD, se enfrenta a un panorama político fragmentado. El candidato conservador de la CDU, Armin Laschet, carece de fuertes habilidades de liderazgo, y su partido enfrenta críticas de que no tienen una estrategia clara para abordar los desafíos gemelos de la descarbonización y la digitalización de la economía. La conservadora CDU también quiere mantener las buenas relaciones comerciales de Alemania con China y Rusia.
El SPD está subiendo en las encuestas gracias a su líder, Olaf Scholz. Tiene experiencia como ministro de Hacienda y quiere mejorar la movilidad social, hacer que la vivienda sea más asequible y aumentar el salario mínimo. El SPD es políticamente cercano al Partido Verde y ambos acuerdan aumentar la deuda pública para invertir en políticas de descarbonización y digitalización de la economía. Por otro lado, el líder de los liberales demócratas libres (FDP) de Alemania, Christian Lindner, quiere disminuir la deuda pública y reducir los impuestos para impulsar la economía.
La última encuesta de opinión de la ZDF indica que los socialdemócratas (SPD) tienen el 25% y los demócratas cristianos (CDU) el 23% y, por tanto, estos partidos deberán formar un gobierno de coalición con al menos otros dos partidos. La encuesta también indica que el Partido Verde obtendrá aproximadamente el 16%, seguido por el FDP pro-empresarial con el 12%. La AfD de extrema derecha tiene un 10%, seguida por Die Linke de extrema izquierda con un 6%.
Parece que tanto el SPD como la CDU están cansados de las “grandes coaliciones” y, por lo tanto, si las encuestas son correctas, el SPD tendrá que negociar con el Partido Verde y el Partido FDP para formar gobierno. La cuestión clave será cuánto puede pedir prestado el gobierno para modernizar la economía, abordar el cambio climático y reducir la desigualdad. No es seguro que estos tres partidos puedan llegar a un compromiso y, por lo tanto, el resultado de estas elecciones es muy incierto.
A los mercados financieros no les gusta la incertidumbre y al mismo tiempo sienten que los partidos de izquierda dominarán el próximo gobierno alemán. Los gobiernos de izquierda tienden a gastar más dinero y a aumentar la deuda pública. En consecuencia, las expectativas de inflación de Alemania han aumentado ligeramente y los bonos del gobierno alemanes protegidos contra la inflación han aumentado, alcanzando su nivel más alto desde 2013, justo por encima del 1,6 por ciento durante la próxima década. Estos pequeños cambios en los mercados financieros representan la evolución conservadora de la política alemana más que una revolución de izquierda.
Tribuna publicada en El Economista.
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