Por Diego Pitarch, profesor del Master in International Finance.
Muchas son las razones de las empresas europeas para mirar con miedo a su alrededor. Esta situación se asemeja a un simulador de vuelo: cuando ya parece que las cosas no podrían ir, llega el instructor y, además de ponerte el aeropuerto más complicado para tu entrenamiento, te encuentras con niebla, hielo, nieve y un huracán para que aterrices. Por desgracia, no nos encontramos ante ningún simulador, pero los obstáculos siguen presentes. Y por el momento, siempre pueden venir más sorpresas.
Dejando a un lado la comparativa, podemos decir que la realidad de las empresas es que se encuentran ante una tormenta perfecta. Nos encontramos con una guerra en Ucrania, unos tipos de interés – no sólo en Europa – al alza, un precio de las materias primas incrementándose, así como los precios de los transportes, la inflación, y una salida demasiado lenta de una pandemia. Podríamos extendernos más hablando de lo que ya todos sabemos, pero realmente ¿Cuáles son los auténticos desafíos y consecuencias que nos plantea este nuevo escenario, cambiante por segundos?
En primer lugar, sabemos que el modelo empresarial, pasará inevitablemente por una adaptación al modelo del siglo XXI. Lo que no podemos permitir es un modelo basado en el siglo XIX y que se mantuvo durante el siglo XX. Es hora de despertar y pensar que las empresas deberán tener una mayor responsabilidad social y crear más valor para su entorno.
Partamos de la base de que las empresas tienen diferentes objetivos para poder ser aceptadas por sus accionistas, es decir, para seguir creciendo y que se crea en ellas, Estas estarán compuestas por una mayor inversión en las empresas para su desarrollo en I+D+i, pero claro, para esto necesitamos fondos, dinero, que casualmente ahora está más caro y se encarecerá más.
En los próximos años, las empresas deberán seguir creciendo, no existe ningún modelo empresarial en el que la empresa no crezca. Deberán seguir vendiendo, pero al tener el ciudadano cada vez tiene menos poder adquisitivo, puede gastar menos y tiene menos renta disponible para la compra, con lo que uno de sus retos más importantes no es sólo, la transformación digital o social, sino que además tendrán que pasar por el proceso inevitable de la internacionalización.
El camino del crecimiento de las empresas tiene también su base en la creación de empleo, un empleo sostenible y competitivo, formado, y que le añada una importante diferenciación a las empresas, pero en el que la propia UE esté presente para poder aportar su «granito de arena» y el gran desafío de tantos años de dormidera laboral a la que ha estado sometido el continente desaparezca.
Si las empresas cada día tienen un encarecimiento de su producción, sólo en Alemania el índice de precios industriales está casi en el 40%, hará que las empresas reduzcan sus márgenes y repartan menos dividendos, posiblemente ahuyentando al accionista, pero esto claro, no ocurre siempre, la empresas europeas tienen el gran desafío, en la medida de lo posible de trasladar ese incremento al consumidor, tarea titánica si nos referimos al descenso de poder adquisitivo de las familias en general, no porque ingresen menos, que también, si no por el incremento de una inflación desbocada. Mucha gente piensa que es transitorio, no lo tengo muy claro, pero si que no podemos pensar que es un hecho común a todos los países del mundo y que las políticas económicas y fiscales de cada uno hacen que estén más o menos controladas, de esta manera vemos que España llega a los casi dos dígitos y Alemania a un 7% o un Francia a un 4,5%.
Parece que tengamos una memoria muy cortoplacista y muchas empresas pensaron que el dinero que era barato seguiría así, barato «secula seculorum», pero la realidad es muy distinta y el dinero se encarece y se encarecerá. El modelo de tipos bajos era insostenible y la inflación terminó apareciendo, y ahora nos echamos todos las manos a la cabeza. No sé si recuerdan la fábula de la cigarra y la hormiga, pues eso es en cierta medida lo que ha pasado en Europa, unos lo veían y otros disfrutaban de la fiesta, pero la fiesta se acaba, los estados han «engordado» y hay que mantenerlos. O mejor dicho se tienen que mantener, y ello traerá consigo un incremento del modelo impositivo a corto/medio plazo.
Inversiones, transformaciones digitales y energéticas, salarios, impuestos financiación, competitividad, internacionalización, dividendos y creación de valor son solo algunos de los retos que tenemos en un entorno hostil, con una guerra en la misma Europa, con una amenaza constante social, económica y territorial, con un dinero cada vez más caro y unas necesidades gubernamentales más grandes, pero donde sobrevivir será como en la biología, el que mejor se adapte será el que mejor sobreviva, porque casi hoy podría decir que nos enfrentamos a un modelo de subsistencia y no tanto de ocurrencia.
En una ocasión leí algo sobre el filósofo alemán Jugën Habermas en donde decía que «Hay una grotesca desproporción entre el influjo que la política europea tiene sobre nuestras vidas y la escasa atención que se le presta en cada país». Los estados de la UE llevan ya un tiempo sin escuchar profundamente a sus ciudadanos, a sus empresas y pensemos que las empresas son el combustible de nuestro modelo de vida.
Tribuna publicada en El Economista.
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