Por Aurelio García del Barrio, director del Global MBA con especialización en Finanzas.
Después de más de dos años disparando el gasto para mitigar el varapalo económico de la pandemia y la crisis provocada por la guerra de Ucrania y la inflación, la deuda se ha disparado y cerrará 2023 en un 111%. El déficit cerrará previsiblemente este año en un 4,5%, por encima del objetivo del 3%. El Gobierno se enfrentará a un gran desafío en 2023, cuadrar las cuentas públicas. Europa va a apretar en 2024 para que los países vuelvan a la senda del Pacto de Estabilidad y Crecimiento, tener un déficit de un 3% y una ratio deuda/PIB de un 60%.
El problema de España en este sentido es su abultado déficit estructural, que además es superior al nivel de crecimiento del PIB y, no se corregirá sin un plan de ajuste del gasto público. Es complicada la situación, porque unido al encarecimiento de la deuda pública, circunstancia fuera de control del Gobierno, se disparará el déficit público en el futuro.
El crecimiento económico también ha de jugar un papel fundamental, ya que, al tener un déficit estructural importante, el objetivo debe ser conseguir superávit primario en el presupuesto. La reducción que la ratio de deuda pública en España va a experimentar este año se explica ante todo por el aumento del PIB nominal, ya que el flujo de déficit, espoleado por el gasto público estructural, ha seguido alimentando procíclicamente el stock de deuda.
El excesivo nivel de deuda pública afecta negativamente al crecimiento a largo plazo, y más aún en un contexto de subidas de tipos de interés y de normalización de las reglas fiscales. La alta inflación ha favorecido las cuentas públicas en 2022 y 2023, ya que se ha recaudado mucho más dinero debido a ella, ayudando al déficit, pero a medida que esta se modere el efecto dejará de existir. La inflación seguirá siendo el gran caballo de batalla, especialmente porque el índice subyacente está por encima del general, lo que denota que esa inflación se ha tornado estructural; las subidas de precios han pasado de ser un acontecimiento temporal, focalizado en el gas y los carburantes, a extenderse a la mayoría de la cesta de consumo.
La tensión de precios sostenida en el tiempo y en su virulencia ha puesto contra las cuerdas al Banco Central Europeo (BCE). La inflación actual de la eurozona está más alta de los objetivos del organismo (en el 2%), y sigue apretando, poniendo en evidencia el papel del banco central como garante de la estabilidad monetaria. Ahora, el BCE ya ha subido los tipos hasta el 4% con el objetivo de doblegar una inflación de oferta, situación en la que la subida de tasas actúa solamente de forma parcial.
El equilibrio es complicado: el riesgo de no actuar contra la inflación podría llevar a una peligrosa espiral de subidas de precio, pero hacerlo podría arrastrar a las economías a una recesión. De hecho, la UE está en una situación de recisión técnica, después de dos trimestres consecutivos con un crecimiento de PIB negativo, lastrado principalmente por Alemania e Irlanda.
El equilibrio es complicado: el riesgo de no actuar contra la inflación podría llevar a una peligrosa espiral de subidas de precio, pero hacerlo podría arrastrar a las economías a una recesión
En medio de toda esta situación, los bancos centrales ya se han pronunciado, después del ECB Forum on Central Banking de Sintra, apuntalado el mensaje de mano dura contra la inflación. Los gobernadores del BCE, la Fed y el Banco de Inglaterra avanzan más subidas de tipos pese a suavizarse la escalada de precios y creen que pueden lograrlo sin desencadenar recesiones.
En resumen, la política monetaria no ha sido lo suficientemente restrictiva durante el tiempo suficiente. En el caso de Europa, el BCE espera que la subida de tipos endurezca las condiciones de financiación, por el aumento de los costes y la ralentización de la concesión del crédito, lo que implicará un freno en la demanda interna, vía el consumo privado.
España debe estar especialmente pendiente a las subidas de tipos, por su impacto sobre la demanda, pero también por lo que pueda ocurrir con nuestra prima de riesgo. Una subida de los tipos se traduce en que los préstamos que dan los bancos se encarecen y, por tanto, sube el precio del dinero. Y si la financiación es más cara, la demanda se contiene.
Las futuras subidas de tipos de interés en Europa pueden causar problemas en el pago de la deuda a los países del sur, que tienen grandes porcentajes de deuda en relación al PIB. España tiene un nivel muy elevado de deuda pública, por lo que tener que financiarla a un coste más alto, en un momento de dificultades económicas, genera más problemas.
España debe estar especialmente pendiente a las subidas de tipos, por su impacto sobre la demanda, pero también por lo que pueda ocurrir con nuestra prima de riesgo
El crecimiento del país ha estado por encima de los socios europeos, pero hay que recordar que España es el único país de la UE que no ha recobrado los niveles de crecimiento previos a la pandemia, por lo que alardear de ello, es un ejercicio de hacerse trampas al solitario. No será hasta finales de este año cuando recobremos el ritmo de crecimiento previo al Covid-19.
Los fondos Next Generation deberían ayudar al desarrollo económico; España recibirá 77.340 millones de euros en ayudas directas de la Comisión Europea, más de lo esperado inicialmente. El reto ahora es acelerar ese ritmo de impulso fiscal en la economía para que cale y amortiguar los vientos en contra que vienen, pero no será un camino de rosas, una vez recibido el dinero, hace falta saber gastarlo.
En definitiva, como suele ocurrir después de los Gobiernos socialistas, donde se dispara el gasto por las políticas sociales, le toca a la derecha corregir los desajustes económicos y apretarse el cinturón. Y, ¿quiénes son los malos?
Tribuna publicada en Cinco Días.
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