Por Ramón Casilda, profesor del IEB y consultor estratégico iberoamericano.
Bretton Woods ha originado una abundante literatura económica que no ha cesado con su ruptura, sino que parece haberse ampliado. Es el caso del discurso en plena pandemia del covid-19 de la directora gerente del FMI Kristalina Georgieva, donde reflexionaba sobre la drástica transformación que estaba sufriendo el mundo y que definió como «un nuevo momentum Bretton Woods».
Con la guerra de Ucrania resurge con fuerza un nuevo momento Bretton Woods, sobre todo, si recordamos que antes de terminar la Segunda Guerra Mundial, se convocó la Conferencia de Bretton Woods. Fueron 44 países que se reunieron desde el 1 al 22 de julio de 1944 en el monumental hotel Mount Washington de Bretton Woods (New Hampshire, EEUU). Estos países habían unido sus recursos militares y económicos contra el nazismo alemán, el fascismo italiano y el expansionismo japonés.
Se ha cumplido un año de la invasión de Rusia a Ucrania y del comienzo de tan fatídica guerra, cuyos impactos golpean a la economía mundial y nos recuerda los primeros meses de 2008, cuando explosionó la Gran Recesión, la más severa crisis económica y financiera desde la Gran Depresión de 1929.
Entonces el presidente francés, Nicolas Sarkozy (conservador), además de pedir la «reinvención del capitalismo», solicitó junto con el primer ministro británico, Gordon Brown (laborista), una profunda renovación del Sistema Monetario y Financiero Internacional (SMFI). Más adelante, en 2009, se sumó a la iniciativa Zhou Xiaochuan, gobernador del Banco Popular de China (PBOC) quien señaló con dureza la inestabilidad provocada por la ausencia de una auténtica divisa internacional en una clara alusión al dólar y su pérdida de influencia como divisa de referencia global.
Curiosamente, cada uno de ellos evocó Bretton Woods. En su memoria tenían el sistema del «patrón oro» (gold standard), adoptado por los principales países del mundo entre 1870-1914 y posteriormente durante el periodo de «entreguerras» de 1925-1931. Aunque se había hundido durante la Primera Guerra Mundial, los esfuerzos para revivirlo durante la década de 1920 fueron acogidos como un regreso a la normalidad, pero nada de esto sucedió, más bien resultó una normalidad efímera, porque estuvo llena de desajustes e incidentes que llevaron a la gran crisis de 1919. Entonces, las economías y el comercio se derrumbaron, y las tensiones entre los países se dispararon. Se suspendió la convertibilidad y la difícil situación llevó a «inflaciones» galopantes a las que todavía hoy se hacen referencia cuando se quiere llamar la atención sobre lo sucedido con el regreso al patrón oro.
Los líderes eran conscientes de que debían establecer nuevas reglas para las relaciones financieras y comerciales entre los Estados Unidos, Canadá, Australia y Japón, siendo el primer ejemplo de un orden completamente negociado destinado a regir las relaciones monetarias entre países independientes. El funcionamiento se basaba en una disciplina de tipos de cambios fijos con el dólar, y este en relación con el oro: 35 dólares la onza.
El oro funcionaba como último freno de la expansión monetaria estadounidense, ya que la Reserva Federal tenía la obligación de respaldar en oro los dólares que emitía. Así se consolidaba el dólar como moneda de reserva, a la vez que se le otorgaba una función estabilizadora de la economía internacional. Todos los bancos centrales fijaban el tipo de cambio de su moneda respecto al dólar, intercambiando su moneda por activos en dólares cuando fuese necesario intervenir para mantener el tipo de cambio, y cada banco tenía que tener reservas suficientes de dólares para compensar cualquier exceso de oferta que se produjese de su moneda nacional.
Es importante tener en cuenta que los acuerdos adoptados en Bretton Woods se hicieron en medio de la incertidumbre sobre la futura distribución del mundo que se disputaban las dos potencias más poderosas de los tiempos modernos, EEUU y la URSS, con ideologías políticas y económicas radicalmente opuestas, lo cual, demuestra cuán importante fue establecer rápidamente reglas monetarias y financieras compartidas y respetadas a nivel internacional para volver a la normalidad.
Estamos en una guerra que provoca una fuerte ansiedad en un entorno de alta complejidad
Ahora también nos encontramos ante una complicada incertidumbre sobre la futura distribución del mundo. La guerra y el hecho de que China, junto con otros 34 países, no se sumó a las sanciones propuestas por el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas a Rusia significa un punto serio de inflexión para las relaciones internacionales y la economía mundial.
Estamos entonces presenciando la desglobalización marcada por la interrupción de las cadenas globales de suministro. Paul Krugman en el New York Times (01-04-2022) afirmaba que estamos asistiendo a la segunda desglobalización: en 1914 con la guerra mundial ocurrió la primera, que cortó los circuitos económicos mundiales y dio paso a políticas proteccionistas y hoy estamos asistiendo a algo similar.
El creciente protagonismo de las cadenas globales de suministro, acrecientan su interés como recurso estratégico por la guerra de Ucrania y el choque geopolítico, comercial y tecnológico que protagonizan EEUU y la Unión Europea por un lado, y Rusia y China por otro. En este contexto, ha iniciado la relocalización de la producción. Un fenómeno conocido como nearshoring, que se lleva a cabo principalmente desde Asia y particularmente desde China.
En ciertos sectores, en los que la producción se desplaza a América del Norte y Europa, los requisitos de seguridad y agilidad de suministro son los principales impulsores. Por ejemplo, a medida que las baterías eléctricas adquieren importancia crítica para una estrategia nacional, tanto la UE como EEUU buscan la autosuficiencia.
Nos encontramos en un momento histórico crucial. Las medidas que se tomen hoy, serán determinantes para el futuro
Para la producción que se repatría a Europa, los países centroeuropeos se están convirtiendo en las opciones preferidas, particularmente la República Checa, Polonia y Hungría, dada su cercanía al mercado final, y sus costes laborales relativamente favorables. Según el US Reshoring Institute (El Instituto Reahorro), el coste de un trabajador de producción en la República Checa es la mitad que en Francia y un tercio que en Alemania.
En cuanto a EEUU, el Gobierno está apostando fuerte por impulsar el retorno de la fabricación con nuevos fondos e incentivos fiscales como la Ley de Reducción de la Inflación de EEUU (IRA, por sus siglas en inglés) el proyecto de ley climático más grande del país en décadas, que tendrá un impacto profundo para los fabricantes mundiales, especialmente en los segmentos de semiconductores, baterías eléctricas y energía solar.
De manera que avanza la ruptura del mundo en dos esferas fuertemente desconectadas. Un occidente liderado por Estados Unidos con Europa (como socio menor), Canadá, Australia y Japón, y enfrente, un bloque liderado por China y con Rusia (como socio a la fuerza), más los 34 países que no censuraron a Rusia y que suman casi 4.000 millones de personas.
Aunque haya quien piense que ahora no es el momento para pensar en grandes opciones, el hecho de que estamos en una guerra que provoca una fuerte ansiedad en un entorno de alta complejidad, debido a que no se vislumbra un rápido final, ni cómo será, introduce dosis de inseguridad e inestabilidad que no favorecen el crecimiento de la economía mundial que seguirá siendo débil.
El FMI en la «actualización de Perspectivas de la economía mundial 2023», estima que pasará de 3,4% en 2022 a 2,9% en 2023, para repuntar a 3,1% en 2024. No obstante, advierte que la subida de las tasas de interés de los bancos centrales para combatir la inflación y la guerra de Rusia en Ucrania continúa lastrando la actividad económica. En cuanto a la inflación, podría disminuir desde el 8,8% en 2022 al 6,6% en 2023 y al 4,3% en 2024, niveles aún superiores a los observados antes de la pandemia del coronavirus, que se situaban alrededor del 3,5%. La recuperación, por tanto, no se robustecerá en tanto en cuanto para la mayoría de las economías, la prioridad siga siendo lograr frenar la inflación, incluida la subyacente.
Sin embargo la guerra ofrece la oportunidad, que pasa en primer lugar por reafirmar los valores de la democracia y la defensa de la economía de libre mercado, que solo es realmente libre si los países operan con valores compartidos y un campo de juego nivelado, capaz de asegurar las reglas de la libre competencia superado el aislamiento del coronavirus.
Sin duda, estamos ante un nuevo tiempo, y todo tiempo nuevo es por fuerza tiempo de incertidumbre, y de la incertidumbre al miedo no hay más que un paso, pero con miedo no cabe crear nada. Nos encontramos en un momento histórico crucial para la comunidad internacional. Las medidas que se tomen hoy, serán determinantes para el futuro.
Es tiempo para la acción, como en su momento sucedió en plena Segunda Guerra Mundial, cuando los funcionarios del Tesoro de EEUU liderados por Harry Dexter White, y la parte británica por John Maynard Keynes, encendieron las luces largas. Hoy tenemos la sensación de que las luces largas han desaparecido, tras un inesperado ciclo que nos golpea de manera reiterada.
Hay que reaccionar y los líderes deben estar a la altura de los acontecimientos, si no quieren verse sobrepasados y sobreactuando al denunciar cualquier consideración económica como «neoliberal» o «tecnocrática», y abrazarlas acríticamente cuando la situación se vuelve insostenible.
Los líderes además de aportar la valentía, la honradez y la cooperación necesaria, deben dejar atrás un mundo de sobresaltos, donde se han creado unos desequilibrios económicos, financieros y sociales que deben superarse. En la clausura de la conferencia de Bretton Woods, John Maynard Keynes, recalcó la importancia de la cooperación económica internacional como esperanza para el mundo: «Si podemos continuar haciéndolo, la hermandad del hombre vendrá a ser más que una frase», estableciendo una sociedad más prospera, más justa, más feliz y en paz perpetua, como Inmanuel Kant invocaba en su libro La Paz Perpetua, 1795.
Solo hay que recordar que Bretton Woods fue posible en medio de las oscuras sombras de la Segunda Guerra Mundial, cuando los líderes se reunieron para contemplar un mundo mejor. Ahora estamos en medio de sombras más oscuras, mucho más oscuras, por el hecho de que no podemos asegurar que el mundo no puede ser destruido completamente y la vida puede llegar a su fin y tengamos que comenzar de nuevo.
Tribuna publicada en El Confidencial.
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