Por Ramón Casilda Béjar. Profesor del IEB y de la Escuela Diplomática. Investigador del IELAT-Universidad de Alcalá.
Transcurrida la XXVIII Cumbre Iberoamericana en Santo Domingo, los resultados han dejado una satisfacción compartida y una ruta de trabajo que además de fortalecer los vínculos iberoamericanos, servirán para levantar la mirada y proyectar la estrategia de futuro con la Unión Europea, pues no solo es necesario, sino lo más inteligente, ya que son regiones ampliamente complementarias, llamadas a ampliar e intensificar sus relaciones en estos momentos claves de reorganización económica y geopolítica.
España, desde su ingreso en la Comunidad Económica Europea en 1986, promovió sistemáticamente las relaciones entre la Unión Europea (UE) y América Latina (AL), lo que se materializó, precisamente, en el desarrollo, a partir de 1999, del esquema de las cumbres iberoamericanas que reúnen a los jefes de Estado y de Gobierno de ambos lados del Atlántico, y que han servido para dar un impulso político a los temas de interés común. Estas cumbres han contribuido, entre otras cuestiones, a la negociación de acuerdos de asociación entre la Unión Europea y los países latinoamericanos.
Los acuerdos de asociación en clave euro-latinoamericana, se diferencian de los acuerdos de libre comercio promovidos por otros actores externos en América Latina. Tal y como se articularon desde la cumbre de Brasilia de 1999 y la denominada “asociación estratégica birregional”, incluyen, además de su pilar de comercio e inversiones, otro de diálogo político y otro de cooperación para el desarrollo.
Más de veinte años después, esa red está cercana a completarse e incluye 31 de los 33 países que integran la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC). Hay acuerdos —por fecha de firma— con México (2000), Chile (2002), Perú (2012), Colombia (2012), Ecuador (2017) —estos tres últimos en el marco de un acuerdo multipartes con los países andinos—, Centroamérica (2012) y Mercosur (2019). A ellos se les suma un acuerdo de diálogo político y cooperación que responde a las especiales circunstancias de la relación con Cuba (2016).
España debe asumir su papel de país articulador entre la UE y AL, y como el puente más efectivo para ambas regiones. Así que lo necesario debe hacerse posible. Cuestiones como desarrollar redes comerciales que incrementen las exportaciones, promover las inversiones y las capacidades científico-tecnológicas dentro de una agenda de temas importantes globales como el cambio climático y las migraciones, más otros como las cadenas de valor y la brecha tecnológica.
Desde que España comenzó su periplo inversor en América Latina hacia finales de la década de los noventa, la Cepal en su informe “La inversión extranjera directa en América Latina y el Caribe 2022”, confirma que continúa siendo el primer inversor europeo y el segundo mundial solo por detrás de EE.UU. Siendo uno de los cinco principales emisores de IED en 11 de los 19 países latinoamericanos. En términos de stock la IED española acumula 153.408 millones de euros (enero-septiembre de 2022), con México como primer destino y Brasil como segundo, seguidos por Argentina, Chile, Colombia y Perú. Esta notable presencia empresarial, representa uno de los principales rasgos y resultados del exitoso proceso de internacionalización de la economía española.
América Latina, por su parte, busca un nuevo modelo de crecimiento, una vez que han quedado al descubierto sus debilidades y carencias pasado el boom de las materias primas, que muy probablemente no volverá, al menos con la intensidad que se dio durante el periodo 2004-2011. De manera que para la región, se cierran unos espacios y se abren otros.
La crisis de la pandemia y la actual situación económica y geopolítica desencadenada por la ilegal invasión de Rusia a Ucrania, representa una ventana de oportunidad para potenciar el vínculo de España con América Latina y a la vez con la Unión Europea. Como decimos, el objetivo es que nuestro país se posicione como el eje articulador entre la UE y AL y se reafirme como el puente más efectivo, para acercar a ambas regiones desde un pensamiento estratégico.
Es evidente que se debe tener muy en cuenta la irrupción de China, que ha hecho que las relaciones entre la Unión Europea y América Latina hayan decaído y se encuentren en estos momentos, por así decirlo al ralentí. China, con su reconocido pragmatismo, ha empleado tres palancas bien efectivas en la región: “comercio, inversión y cooperación financiera”, que la sitúan como el primer socio comercial de los países latinoamericanos, exceptuando México, que es el de mayores vínculos con Estados Unidos.
España, desde la presidencia del Consejo de la Unión Europea, ha programado la cumbre Unión Europea-CELAC (Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños), después de que no se reuniesen desde 2015, a pesar de que es el principal foro de diálogo y cooperación entre ambas regiones.
El secretario general Iberoamericano; Andrés Allamand, es muy consciente de la situación de la Unión Europea y América Latina, al igual que es conocedor de las grandes oportunidades que se abren con Europa. Así lo expresaba con motivo de la XXVIII Cumbre Iberoamericana: “El desafío es que Europa ponga en su radar a América Latina y que América Latina intensifique la vinculación que tiene con Europa. Podríamos imaginar muchísimas convergencias con lo político, económico y comercial. Es una oportunidad relevante que se nos presenta”.
Hoy más que nunca, se hace evidente la necesidad de un pensamiento estratégico para fortalecer el proyecto Europeo, dotándolo de más contenido, más decisión y más audacia. Así lo han hecho los BRICS (Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica), creando el Nuevo Banco de Desarrollo en 2014, donde Brasil tiene un papel importante al estar presidido por la expresidenta Dilma Rousseff.
Esto recuerda que Felipe II, hasta su muerte, ocurrida en 1598, gobernó el primer imperio mundial de la historia sobre el que nunca se ponía el Sol. Sin embargo, nadie hasta hoy ha estudiado con precisión cómo lo hizo: en qué prioridades estratégicas se basaban sus medidas políticas, qué prácticas y qué prejuicios influían en su toma de decisiones y qué factores externos afectaron a la consecución de sus objetivos.
«Jamás esbozó un plan o programa para su reinado», escribía H. G. Koenigsberger en 1971 en su lúcido estudio, «y tampoco lo hizo ninguno de sus ministros…». Y para ese fallo solo puede haber una explicación razonable: carecían de ese plan o programa (La gran estrategia de Felipe II).
Vivimos momentos fundamentales para los intereses de nuestro país que, desde una perspectiva amplia, profunda e intensa, debe desarrollar la gran estrategia en torno a la nueva política económica internacional de España hacia América Latina para el siglo XXI.
Tribuna publicada en El Confidencial.
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